Por Dr. Fernando Caudevilla
Las hepatitis constituyen un amplio grupo de enfermedades con causas, pronósticos y tratamientos distintos, aunque las más conocidas son las hepatitis producidas por virus.
Existen muchos virus distintos que pueden afectar al hígado, aunque las hepatitis víricas suelen incluir a cinco virus de familias distintas denominados con las primeras letras del abecedario (A, B, C, D, E). La forma de transmisión, el cuadro clínico que producen, el pronóstico, diagnóstico y tratamiento son muy distintos en cada una de estas enfermedades.
La hepatitis C se transmite fundamentalmente a través de la vía sanguínea: el intercambio de jeringuillas en consumidores de drogas por vía intravenosa es una de las fuentes más importantes de infección, que también es relativamente frecuente en el colectivo sanitario por accidentes o contaminaciones con material infectado. Hasta un 10% de los infectados por el virus de la hepatitis C no tienen factores de riesgo sanguíneo conocido. Algunos autores han presentado estudios científicos que sugieren que el hecho de compartir turulos en el consumo de drogas por vía intranasal (cocaína, speed, ketamina…) podría ser una vía de transmisión para el virus de la hepatitis C, a partir de la contaminación de fluidos nasales. Probablemente se trate de un riesgo real, aunque muy infrecuente. En cualquier caso meterse un billete en la nariz y luego pasárselo a otra persona es una guarrería independientemente del riesgo de Hepatitis C, así que, aunque se salga del tema que nos ocupa, animamos a nuestros lectores a no compartir turulos, si es que acaso les interesan otras drogas aparte del cannabis.
Volviendo a la Hepatitis C, la infección aguda suele ser asintomática. Es decir, durante las semanas o meses siguientes a la infección, la persona no notará ningún síntoma de importancia. En torno a un 15% de los infectados elimina totalmente el virus en este periodo pero, en la mayoría de los casos, se produce una infección crónica que va dañando poco a poco el hígado. Esta infección puede tardar años o décadas en manifestarse, en forma de degeneración del hígado (cirrosis hepática) o cáncer de hígado.
No todas las personas desarrollan este tipo de problemas con la misma rapidez. Entre un 20-25% de los infectados tienen buen pronóstico y el virus parece no afectar demasiado a su hígado, lo que probablemente esté en relación con factores de tipo genético. Pero para la mayoría de los infectados, la concurrencia de otros factores que supongan estrés o daño para el hígado son un factor de riesgo para progresar a cirrosis o cáncer. Es decir, si además de la acción negativa del virus de la Hepatitis C hay otros virus o bacterias actuando sobre el hígado, existe abuso de alcohol o consumo excesivo de fármacos hepatotóxicos (como el omnipresente paracetamol) los daños potenciales y el riesgo de desarrollarlos es mucho más elevado.
El cannabis es una droga que se metaboliza a través del hígado, así que una primera cuestión importante será conocer si el consumo de cannabis puede empeorar el pronóstico de las personas infectadas por el virus de la Hepatitis C. Los estudios más completos al respecto proceden de un equipo francés que han presentado en los años 2005 y 2006 estudios que sugieren que los pacientes que están infectados por el virus de la hepatitis C y fuman cannabis de forma diaria tienen un mayor riesgo de desarrollar complicaciones como la degeneración grasa del hígado y la aparición de cirrosis. Existen datos de experimentación animal que son congruentes con esta hipótesis, ya que la acumulación de grasa en el hígado está mediada entre otros factores por la activación de los receptores cannabinoides CB1. Los estudios del equipo francés están realizados sobre un número elevado de pacientes y utilizan técnicas como la biopsia hepática o el fibroSCAN que son fiables y adecuadas para este tipo de estudios.
Así, de entrada y teniendo en cuenta estos datos, el asunto parecería estar resuelto señalando que el uso de cannabis está contraindicado en enfermos de hepatitis C. Pero el asunto es algo más complejo ya que existen datos contradictorios con los que acabamos de señalar y que obligan a matizar esta idea.
Una característica de la hepatitis C es que existen en el momento actual tratamientos médicos eficaces. La base del tratamiento es el uso de interferón, un fármaco que se administra por vía inyectada al que se añaden otros fármacos por vía oral que mejoran los resultados. En los últimos meses se ha hablado mucho de la financiación pública de uno de estos fármacos, el sofosbuvir, que mejora espectacularmente los resultados aunque con un precio de 60.000 euros por enfermo. Pero para el tema que nos ocupa lo significativo es el uso de interferón, el primer fármaco eficaz para el virus de la hepatitis C y la base de la mayoría de los tratamientos. Uno de los inconvenientes del interferón es la elevada frecuencia de efectos adversos: síndromes gripales que se prolongan durante semanas, pérdida de peso y apetito, dolores musculares y cuadros depresivos son problemas que aparecen con mucha frecuencia en el tratamiento de la hepatitis C con interferón y que en determinadas ocasiones obligan a interrumpir o disminuir la dosis del tratamiento con la consiguiente pérdida de eficacia.
En el año 2006 se presentaron los resultados de un estudio sobre 71 pacientes infectados con el virus C y sometidos a un tratamiento estándar de interferón con ribavirina. Un tercio de los infectados eran además usuarios de cannabis. Los abandonos en el tratamiento por parte de los usuarios de cannabis (5%) fueron mucho menos frecuentes que en el grupo de los no usuarios (33%). Los usuarios de cannabis cumplían mejor el tratamiento y no se observó un efecto negativo en los resultados del tratamiento atribuible al uso de cannabis. Los autores del estudio opinan que el uso moderado de cannabis tenía beneficios sobre los efectos adversos de la terapia y que por ese motivo los usuarios de cannabis eran más proclives a terminar el tratamiento.
Los resultados de este estudio son contradictorios con los expuestos previamente. Si, como señalamos previamente, el uso de cannabis puede empeorar la evolución de una hepatitis C, sería razonable que en este estudio se hubieran encontrado datos al respecto. Por otra parte, el efecto negativo en la hepatitis C del alcohol o fármacos hepatotóxicos está demostrado a nivel científico desde hace décadas en muchos ensayos clínicos, mientras que en el caso del cannabis los datos son más recientes y todavía están en estudio.
Finalmente, el fármaco patentado consistente en un extracto de cannabis para su administración sublingual no incluye entre sus efectos adversos o contraindicaciones el desarrollo de hepatitis o padecer una Hepatitis C, aunque indica que puede ser necesario un ajuste de dosis en el caso de padecer una insuficiencia hepática.
Así, por un lado nos encontramos con un posible efecto perjudicial sobre la evolución de la enfermedad y por otro un posible efecto beneficioso como coadyuvante al tratamiento estándar, con ambas ideas basadas en estudios científicos bien diseñados. Este tipo de contradicciones suelen ser frecuentes en la ciencia e indican la necesidad de realizar posteriores investigaciones para aclarar la actitud adecuada. Probablemente la pauta, vía de consumo y frecuencia del uso de cannabis son fundamentales. En los fármacos hepatotóxicos la dosis suele ser fundamental, y probablemente el uso moderado de cantidades pequeñas en un contexto terapéutico implique riesgos inferiores a las dosis muy elevadas.
De forma general podemos señalar que los datos disponibles sugieren cierto potencial tóxico del cannabis en pacientes infectados por el virus de la Hepatitis C, aunque también existen datos que indican que su uso puede ser beneficioso en el manejo de los efectos secundarios del tratamiento. Así, habrá que aconsejar de forma individualizada a los pacientes que se planteen utilizarlo en estas circunstancias. Para ello habrá que tener en cuenta muchos más factores (tratamientos previos, presencia de otras enfermedades, fármacos que se están tomando, estado del hígado, marcadores analíticos, respuesta a tratamientos previos, alternativas terapéuticas…) para poder estimar de forma adecuada si el consumo de cannabis supone un riesgo significativo o no.