Por Dr. Fernando Caudevilla
Desde la antigüedad se sabe que algunos psicoactivos pueden generar dependencia pero a lo largo de la historia esta idea se ha considerado como una más de sus múltiples características y no como la consecuencia inevitable de su uso, ni siquiera como un problema.
En los textos de la Grecia clásica el opio es una sustancia sagrada, tremendamente útil en medicina y no existen referencias a personas esclavizadas por su uso ni a problemas sociales derivados de su consumo. Los textos médicos advierten que, en personas no acostumbradas los efectos pueden ser demasiado fuertes y explican que hay que habituarse con la droga poco a poco. Según Teofrasto “algunas drogas son tóxicas por falta de familiaridad, y quizá sea más exacto decir que la familiaridad les quita su veneno, porque dejan de intoxicar cuando nuestra constitución las ha aceptado y prevalece sobre ellas”. Es decir, los clásicos veían en el fenómeno de la tolerancia farmacológica (los efectos de una sustancia disminuyen a lo largo del tiempo si no se incrementa la dosis) más una ventaja adaptativa que un inconveniente o un problema.
Incluso una droga adictiva, neurotóxica y hepatóxica como el alcohol tenía su propia divinidad tanto para los griegos (Dionisos) como para los romanos (Baco). En el Mundo Antiguo el alcohol era considerado en primer lugar, al igual que el opio, una medicina. A finales del siglo X los alquimistas árabes destilaron por primera vez el alcohol con el alambique, facilitando la aparición de bebidas con alta graduación alcohólica, más tóxicas y con mayor potencial de generar dependencia. Sin embargo el procedimiento sólo se generalizó hacia mediados del siglo XVI en Europa. A lo largo del los siglos XVIII y XIX el alcoholismo constituía ya un problema de Salud Públicade primera magnitud. Ante esta situación surgieron grupos de presión durante el primer tercio del siglo XX que, partiendo desde posiciones de tipo moral que ensayaron la prohibición total del alcohol en algunos países (Rusia, Finlandia, Islandia, Noruega y Estados Unidos) con desastrosos resultados.
Así, la ecuación “drogas=drogodependencia” es una representación social relativamente reciente en la historia de la Humanidad. Durante el último tercio del siglo XX, la difusión del uso de heroína por vía intravenosa en los países de Occidente, ha servido para reforzar esta idea que ha quedado grabada con fuerza en el inconsciente colectivo. El fenómeno de la heroína, con su complejidad y sus matices, ha contribuido de forma sustancial a crear una imagen social en la que, para el público general, las drogas (ilegales) son sustancias malas cuya característica principal es generar irremediablemente adicción.
La cuestión de si el cannabis puede o no generar dependencia es una de las más controvertidas y discutidas en torno a esta sustancia. Teniendo en cuenta que se trata de la droga ilegal más consumida en todo el mundo y en todos los segmentos de población, parece importante tener claro si la adicción es uno de los riesgos asociados a su uso. Pero no se trata de una cuestión con una solución sencilla y hay que tener en cuenta muchos matices. Por otra parte, como ya sabemos, en las cuestiones que tienen que ver con drogas ilegales entran en juego con frecuencia elementos de tipo moral que dificultan un abordaje racional del asunto.
La primera cuestión que tendríamos que definir de forma detallada es qué entendemos por dependencia. Una frase muy conocida en el ambiente sanitario dice que “bebedor excesivo es aquel que bebe más que su médico”. La broma contiene una enseñanza interesante, señalándonos que cuando una persona juzga los hábitos de otra lo hace desde su subjetividad y tiende a considerar como “normal” las conductas que son similares a las propias y “anormales” aquellas que son distintas. Teniendo en cuenta que, de forma general, los profesionales sanitarios tienen una mayor tolerancia social hacia el alcohol que hacia el cannabis es más probable que tiendan a considerar como patológico cualquier patrón de uso recreativo de esta sustancia. Por otra parte, palabras como “dependencia”, “adicción”, “estar enganchado”… están tan manoseadas y son tan habituales en el lenguaje común que pierden parte de su significado original. Originalmente la dependencia aparece como una característica de algunas sustancias psicoactivas. Pero en los últimos tiempos, supuestamente, una gran cantidad de conductas y situaciones (desde el chocolate hasta los teléfonos móviles, pasando por las compras o los videojuegos, los chicles o el cibersexo) son susceptibles de “enganchar”.
Sin embargo la “dependencia a sustancias” es un diagnóstico médico claro que puede hacerse en base al cumplimiento de una serie de criterios. El DSM-IV (la clasificación de enfermedades mentales más frecuentemente utilizada) define la dependencia a sustancias como “un patrón desadaptativo de consumo de la sustancia que conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativos”. Es decir, la forma en la que la persona utiliza la sustancia tiene que dar lugar a cierto grado de intranquilidad o disarmonía y consecuencias negativas objetivables. Estas consecuencias negativas se expresan en una serie de criterios distintos. Para hablar con propiedad de una dependencia, tienen que cumplirse tres o más de estos criterios en un periodo de un año:
• tolerancia farmacológica (necesidad de incrementar la dosis para conseguir los mismos efectos)
• síndrome de abstinencia propio de la sustancia: conjunto de signos y síntomas que aparecen al suspender el consumo de la sustancia de forma brusca.
• consumo en frecuencia o cantidad mayores de lo deseado
• existencia de un deseo persistente o esfuerzos infructuosos para interrumpir o controlar el consumo de la droga
• empleo de mucho tiempo en actividades relacionadas con su obtención o consumo, o bien en reponerse de sus efectos
• reducción del tiempo de actividades sociales o laborales debidas al uso de la sustancia
• uso a pesar de problemas físicos o psicológicos causados o exacerbados por el uso de la sustancia
En la próxima entrega analizaremos en qué medida pueden aplicarse estos criterios a los patrones de consumo más frecuentes sobre el cannabis, para determinar en qué medida esta sustancia puede generar adicción y la frecuencia o magnitud real de este problema.
Imagen: «Addiction and reward pathways in the brain, artwork» por Stephen Magrath