El 4 de febrero de 2015 un jurado en una corte de Nueva York condenaba a Ross Ulbricht -de 30 años en ese momento- como culpable de todos los cargos presentados por los USA contra él.
En menos de 4 horas de deliberación le dejaban a la espera de la sentencia -se conocerá el 15 de mayo- que le enviará, entre 30 años y varias cadenas perpetuas, a prisión. Los cargos incluían el tráfico de drogas al más alto nivel, conspiración criminal continuada, delitos informáticos y hasta blanqueo de dinero, sin olvidar el “Kingpin charge”: el cargo reservado para los jefes de los cárteles de drogas, capos de clanes mafiosos y personajes de similar relevancia.
¿Qué había hecho ese chico para enfrentar tan amargo destino? Le han encontrado culpable de crear y poner en marcha Silk Road -en su primera versión porque ha habido una posterior- que fue el primer mercado anónimo de internet, donde poder comprar drogas y otros bienes no legales, nacido en los cimientos de una unión tecnológica: el Bitcoin y la red Tor. El Bitcoin, una moneda digital y forma de pago nacida en 2009 de mano de un desconocido Satoshi Nakamoto (pseudónimo de su creador), permite el pago entre partes sin la necesidad de un tercero de confianza, como sería un banco o una entidad que asegure el traslado de los fondos. Con Bitcoin tú eres tu propio banco, y la estructura de la moneda permite que seas invulnerable a los deseos confiscatorios de los estados y al mismo tiempo permite un notable grado de anonimato en su uso, haciéndola el candidato perfecto para transacciones de dinero que no desean ser conocidas en su emisor ni en su receptor, ni que puedan ser capturadas por las autoridades. Al mismo tiempo la red Tor, que fue una creación del ejercito USA para conseguir conexiones de internet virtualmente anónimas desde lugares sometidos a censura, y su capa de anonimato junto con cierta sencillez de uso (basta con usar un navegador llamado Tor Browser) se convertía en el recurso tecnológico perfecto para la creación de Ross Ulbricht: un mercado totalmente libre entre iguales, por encima de fronteras, estados y leyes regulatorias.
Ross ha sido el creador de un paradigma que ha cambiado la forma en que la gente compra drogas, y que muchos dicen que ha servido para disminuir las intoxicaciones y los riesgos de relacionarse con entornos criminales, ya que ahora la compra se realiza en la red y se paga con Bitcoin. Silk Road ya no existe, pero no se preocupe el lector porque su lugar fue ocupado por un segundo Silk Road ya desmantelado también y por una pléyade de mercados copiados en su estructura básica: Bitcoin + Tor. Ahora mismo ya hay tantos mercados de venta de drogas en la red, que existen páginas que informan de su estado: si están caídos o bajo ataque, si los ha cogido la policía o si funcionan sin problema como ocurre con la mayoría. Pero fue Ross el que creó la gran marca: Silk Road. Bueno, Ross o su alter ego Dread Pirate Roberts.
Al mismo tiempo, y dando por buenas las pruebas que el FBI presentó como extraídas de su portátil en el mismo momento de su detención, uno tiene que preguntarse en qué pensaba este chico para cometer tantos errores. Podríamos pensar que al ser la primera vez que un mercado así existía, los errores se debían a cuestiones informáticas, pero no es así. Los errores relacionados con cuestiones informáticas y seguridad, no han sido los que permitieron cazar al creador. Si bien es cierto que el FBI de USA no ha jugado limpio, ya que para la investigación cometió acciones nada legales hasta conseguir una copia del servidor que estaba en Finlandia, las pruebas que han servido para inculparle de forma que no tuviera escapatoria las había ido recopilando el propio Ulbricht a lo largo de años. Y muchas las llevaba encima. Veámoslas.
Ross Ulbricht comienza a planear su creación en el año 2009, pero hasta el año 2011 no llega a ponerla en funcionamiento. Ross es un tipo inteligente -cursó físicas y tiene amplios conocimientos de química- y no es un mal programador, pero no es un hacker en el sentido clásico del término: sus conocimientos son limitados. Hasta entonces había trabajado desde publicando en revistas científicas a creando código para terceros, pero eran trabajos que le hacían sentirse limitado y desperdiciado. Sus conocimientos de programación requieren de constante ayuda, que recibe de un amigo que finalmente se vio obligado por el FBI a declarar contra él. Este amigo era programador para Ebay y fue el que solventó muchas de las dudas de Ross mientras programaba el código de Silk Road, pero llegado un momento se negó a colaborar más hasta que no le dijera en qué estaba trabajando, y Ross se lo dijo. Ross le contó su plan. ¿Le traicionó la sensación de amistad o la falta de recursos? Lo más normal sería encargar a un profesional que pagas y no pregunta, pero Ross no tomó ese camino y es una de las piedras que cimentan su condena.
Asimismo Ross no previó una buena coartada ante las preguntas de su círculo más cercano: ¿a qué te dedicas? Ante esa pregunta Ross inventó que estaba desarrollando un exchange para Bitcoin, lo cual era falso pero no del todo ya que Ross se tiró muchos meses aprendiendo a usar y gestionar un nodo de Bitcoin. Seguramente con la explosión de popularidad del Bitcoin las preguntas se hicieron más insistentes hasta que Ross llegó a escribir que “debería haber pensando mejor la mentira y haber dicho que era un programador freelance”. También le traicionó el corazón cuando en una conversación íntima con su novia le confesó buena parte de lo que estaba haciendo. Según el propio Ross le contó el asunto pero sin detalles, aunque poco después reconocía que había sido un error grave. Tuvo suerte: esa chica nunca declaró contra él porque el FBI no la pudo chantajear.
Se preguntará el lector cómo podemos saber con certeza estos hechos tan privados; es normal. Ross fue tan torpe de llevar un diario -sí, como lo leen- de sus actividades criminales en el mismo portátil que llevaba. En dicho diario se preguntaba, en un ataque de temeridad y sobrevaloración, cómo haría para contar en el futuro su historia. Realmente Ross es uno de esos casos en que el dinero no era la motivación principal de su trabajo, sino el hecho de trascender a la historia con una creación útil, y su ego fue un estorbo para su seguridad.
Su ordenador portátil estaba preparado para convertirse en una piedra hecha con criptografía dura en el momento que se cerraba, de manera que si no se cogía abierto los datos serían prácticamente imposibles de obtener por su codificación. Pero le cogieron como querían: con él abierto. Y con el aparato, toda una carga de pruebas aplastantes contra su persona. El ego de Ross le hizo conservar todo tipo de logs de los chats que había mantenido con el equipo de trabajo con el que llevaba Silk Road. Logs y hasta fotocopias e imágenes de las identificaciones de sus trabajadores vulnerando toda lógica y precaución en este aspecto, y hasta las propias normas de seguridad que él facilitaba a sus empleados y a los vendedores del mercado como no guardar direcciones una vez usadas, ni mensajes, ni nada que vinculase a los clientes, trabajadores o que fuera incriminatorio. Acceder a su portátil, físicamente o mediante hacking, significaba la cárcel para muchas personas empezando por él mismo.
También guardaba imágenes de chats con empleados, algunas de sus viajes al extranjero y de sus futuras intenciones -como pedir la nacionalidad en otro país- y hasta una en la que se ven varios paquetes presumiblemente de drogas. Se observan balanzas, útiles para el manejo de drogas y al fondo una pizarra en la que se ve escrito Silk Road y DPR (las iniciales de su nick) en lo que parece ser una prueba enviada por algún vendedor. Encontraron también hojas de cálculo en las que aparecen las inversiones y primeros movimientos de Ross: fue capaz de cultivar varios kilos de hongos psilocibe -antes de empezar en la red- para poder crear interés en el mercado y conseguir que otros vendedores se unieran. No sabemos exactamente qué le pasó durante esta parte de sus aventuras, pero sí que estuvo “a un pelo” de ir preso; seguramente por algún percance mientras enviaba los pedidos, desde un gramo a un cuarto de kilo, de hongos alucinógenos a sus compradores.
Finalmente y no menos grave es que la fortuna de Ross, que se estima en unos 600.000 Bitcoin, estaba en parte en su ordenador. No sólo el control de los fondos de Silk Road sino también una cuenta con más de 150.000 Bitcoin estaban en el portátil, con lo que a pesar del anonimato del Bitcoin, al tener tu ordenador con tus claves para usar el dinero ha quedado vinculado a tu persona. Para rematarlo, las transferencias de fondos desde las ganancias de Silk Road a la cuenta de Ulbricht eran “visibles” con un simple navegador en un 88%: se podía ver cómo se enviaba de la cuenta del mercado a la suya, en lugar de usar siempre un servicio de ofuscación que hace, por módico precio, que los Bitcoin que recibes no sean rastreables. Se puede decir que Ross ha sido condenado en buena parte por su falta de constancia a la hora de aplicar unos estándares de seguridad, sus disquisiciones morales por tener que mentir a sus amigos y familia, más un nada despreciable deseo de posteridad como creador de un nuevo paradigma.
No hay duda alguna de que la posteridad para la historia la ha conseguido ya.
Ahora sólo necesita salir vivo de la cárcel.