Por Laura Rueda
Minoría poderosa que se convierte en mayoría de ley
Siempre me ha molestado infinitamente que alguna gente se ría de otra gente en la comodidad que les da estar en mayoría y que se sirvan de ese arropo para ridiculizar y fulminar a una minoría con crueldad. Sin escuchar razones, sin dialogar civilizadamente, sin respetar otras opciones y convivir con ellas.
Cuando te has criado en un pueblo muy pequeño, conoces mucho más de cerca esa dureza que se desarrolla en un entorno en el que se castiga al que piensa diferente o a la que no se identifica con lo establecido.La imagen es clara y simple. Esos típicos corrillos de niños más fuertes ridiculizando al más débil físicamente que, en el centro y noqueado, aguarda con esperanza a que las risas y los insultos acaben pronto para poder encerrarse en su casa. Ese comportamiento en comunidad es, claramente, cobarde. Señalar, anular, mofarse y acallar despóticamente porque todos mis amigos están de mi parte y puedo parecer más poderoso. Lo peor viene cuando esta actitud no nos abandona en la niñez y nos siguen acompañando en la edad adulta. Pero qué vamos a esperar de un país que desarrolló su democracia en una transición exprés después de una dictadura de casi 40 años. Lo que, supuestamente, no es prioritario siempre es motivo de burlas en círculos personales y también en las instituciones. Por eso quería hablar de algunos temas que quedan fuera de la agenda política y, automáticamente, se estigmatizan socialmente también. Queda mucho por hacer, sí…
Y la minoría se hizo mayoría
Los tiempos han querido que nuestra minoría se rebele y pierda esa timidez y, sobre todo, ese miedo a ir contracorriente. Y, la casualidad ha querido que, rompiendo ese silencio, nos hayamos dado cuenta de que no somos pocos, sino que más bien, somos muchos y muchas los que queremos cuestionar los dogmas rancios instaurados. Porque nos hemos dado cuenta de que los problemas pueden ser más pequeños o incluso, encontrar una solución si los compartimos. Cuántas cosas han pasado en nuestra sociedad durante los últimos años para que perdiéramos el pánico a dar una nota de color diferente y, en vez de aislarnos, decidiéramos organizarnos juntas desde la convicción de que estábamos omitidas y oprimidas porque nuestra democracia seguía siendo inmadura. Hemos cambiado la individualidad por la colectividad, el “qué se le va a hacer” por el “sí se puede”. Realidades devastadoras como los desahucios y la corrupción se han incluido en la agenda política de nuevos partidos que llegan con fuerza, decididos a recoger esa semilla que nació el 15M y a regarla para fortalecerla desde la base de esta nueva realidad colectiva, para perseguir esa ansiada pluralidad democrática más participativa, de todos y de todas. Pero aún nos queda mucho camino que recorrer, es evidente, y más nos vale tenerlo en cuenta cada vez que nos damos testarazos contra la pared por la frustración que da que no se tengan en cuenta nuestras luchas seriamente.
Todos los debates cuentan
Todavía faltan en la agenda política muchas luchas que son consideradas aún minoría. Y las personas que estamos implicadas en ellas, porque nos afectan directamente o porque pensamos que es fundamental que se tengan en cuenta para conseguir una democracia más real, sentimos que, aunque el cambio esté ahí, lento, pero inminente, aún seguimos en ese corrillo donde somos minoría vapuleada por mayoría. Y en estos casos es cuando hay que perder el miedo y salir del armario.
Voy a citar tres ejemplos de debates que siguen sin estar incluidos en la agenda política de manera seria, pero hay más. No estar en las instituciones ni en las cámaras, hace que se nos invisibilice y que se nos trate de segunda categoría, de menor importancia. Que nuestras peticiones parezcan irrisorias y sean motivo de burla. La primera lucha es el feminismo y la igualdad real de los derechos de las mujeres en todas las esferas de la vida. Y es que, como escribía hace poco la activista Beatriz Gimeno, “los partidos no se arriesgan con el feminismo porque piensan que eso no da votos y ese silencio envalentona a los misóginos”. Solo hay que echar un vistazo a la diferencia en las condiciones laborales, al sexismo que nos domina o a las muertas que, en silencio, siguen protagonizando estadísticas año tras año a causa de la violencia machista.
La segunda lucha que quiero nombrar es la de los derechos de los animales. Me alegra que haya partidos que se hayan puesto más serios con esta lacra que envuelve a España, un país que está a la cola de Europa en respeto animal y que se define al exterior con su feria nacional, la tortura hasta la muerte de un animal manso e inocente, el toro. Por nombrar sólo una de las muchas e inhumanas tradiciones cañís. Por no hablar del abandono masivo de mascotas, unas 150.000 al año, que son recogidas en un tanto por ciento alto por la comunidad internacional, países europeos como Alemania, Bélgica o Finlandia.
El colectivo cannábico, plural y heterogéneo
La tercera lucha, por supuesto, es la regulación del cannabis. Y, ya que hemos mencionado a la comunidad internacional, conviene recordar a los nuevos y a los viejos partidos, que este es un tema que se está abordando de manera seria en la agenda política de otros países. Los tratados internacionales que legislan la marihuana se han quedado obsoletos y no dan respuesta a muchas de las problemáticas que se desencadenan con el prohibicionismo: mercado negro, narcotráfico, violencia, salud pública… Pero también hablamos de la estigmatización social de una comunidad bastante grande, la cannábica, que es muy heterogénea y plural y tan merecedora de un trato digno y de respeto como otros colectivos. El problema aquí es que la metáfora del patio de recreo del colegio, que casi siempre desembocaba en “bullying”, se extrapola, si seguimos con este comportamiento en la edad adulta, al trato social que recibe esta comunidad, a los prejuicios que se tienen sobre ella. No tratar un tema con seriedad, no incluirlo en la agenda política o no querer tomar una posición, a favor o en contra, públicamente, lleva directamente a que la opinión popular sea negativa sobre algo que se desconoce, sobre lo que no hay información. Paternalizar tampoco es una opción porque, al fin y al cabo, no hay que olvidar que hablamos de elecciones que tienen que ver con la libertad individual y nadie en esta sociedad señala a quien se bebe una copa de vino, unas cuantas cervezas o se fuma un paquete de cigarrillos al día. Hay mucho que debatir, ya que en todos estos casos nombrados hablamos derechos y libertades universales. ¿Les da risa o pudor hablar de esto? Si nuestra política, hecha por nuevos o viejos partidos, no empieza a afrontar todos los debates de manera seria, dando información, sensibilizando y normalizando, no llegaremos a esa democracia plural, madura en la que se respete la decisión de todos y de todas.
Foto: Carlos Van Gestel