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Drogas: mito y tabú

Drogas: mito y tabú

Por Dr. Fernando Caudevilla

En nuestra sociedad existen pocos fenómenos que estén más rodeados de tabús, supersticiones, mitos e hipocresía que las drogas.


Nuestro entorno se ha ido haciendo progresivamente más tolerante y permisivo hacia aquellas conductas que se consideran parte de la vida privada, pero todo aquello que tiene que ver con (algunas) sustancias psicoactivas sigue rodeado de un halo de moral rancia. 

Las drogas han sustituido a la sexualidad en el ranking de tabús sociales. Pocas cosas más graves se pueden ver en Sálvame que un tertuliano o invitado sugiriendo que otro “tomó cosas raras” en una fiesta. Los gritos se oirán hasta en Sebastopol y el ofendido afirmará que pondrá el asunto en manos de sus abogados (así, en plural) y que se verán en los tribunales, como si la Justicia no tuviera cosas más importantes que resolver que si el tertuliano en cuestión se puso una raya, se tomó una pastilla o merendó chocolate con churros.

El grado de permisividad social es muy diferente dependiendo de las sustancias. Si usted cuenta en el trabajo que la noche anterior se volvió en taxi a casa porque se pasó con el gin-tonic en la cena de trabajo, es casi seguro que despierte sentimientos de comprensión y hasta se aplauda su sentido de la prudencia. Incluso si confiesa que el motivo de dejar el coche fue que iba tan borracho que no se acordaba de donde aparcó, lo más probable es que sus compañeros se lo tomen a risa, ya que la tolerancia hacia vomitonas, exaltaciones de la amistad y desmayos causados por el alcohol es muy elevada. Pero no se le ocurra contar en el café del trabajo que una vez tuvo un mal viaje de LSD o que les duele la cabeza porque el fin de semana pasado tomó un poco de MDMA en una discoteca. La reacción más probable en esos casos serán caras de extrañeza como mínimo, y en el peor de los casos pasarán a ser clasificados como drogadictos, viciosos y problemáticos.

receta

En nuestra sociedad se ha decidido que el uso de sustancias psicoactivas es tabú. La única excepción es aquella situación en la que el objetivo va dirigido a curar una enfermedad y es suministrado a través de una farmacia con receta médica. En esa situación (además de la excepción mencionada del alcohol) se considera que el uso es lícito, pero en cualquier otra existen sanciones de tipo legal y social que pretenden evitar su uso. En castellano, al primer grupo de sustancias se las denomina como “fármacos” y al segundo “drogas”. Pero esta distinción es tan artificial que en otros idiomas existe un único término (drugs en inglés, drogue en francés) para definirlas.

El problema es que el uso de psicoactivos es consustancial al género humano y ha estado presente en todas las culturas desde el principio de los tiempos. Las drogas han cumplido desde entonces una triple función sacramentalrecreativa y terapéutica que se ha expresado de forma distinta en cada uno de los grupos humanos desde el principio de la Historia. Los derivados de la planta del opio y del cáñamo han tenido tanto usos terapéuticos como recreativos en casi todas las civilizaciones del continente indoeuropeo desde hace al menos diez mil años y muchas culturas han utilizado psicoactivos como vehículo para entrar en contacto con lo trascendente.

El Cristianismo es una excepción y el Sacramento de la Comunión es meramente simbólico pero aún en este existen conexiones simbólicas con rituales más antiguos en las que el uso de drogas está documentado. En Siberia los chamanes utilizan la seta Amanita Muscaria para sus rituales y algunos autores han señalado la posible conexión de un hombre viejo vestido de rojo (el color del hongo) que viaja en un trineo impulsado por renos voladores (animales que también la consumen y son sensibles a sus efectos psicoactivos) con el personaje de Santa Claus. Esta es una mera hipótesis pero tiene más fundamento que las tonterías que circulan por Internet y que atribuyen el color rojo de Santa Claus a una maniobra comercial de Coca-Cola, bebida que, por cierto se preparaba con 100 gramos de hoja de coca por litro en la formulación original que el coronel John Pemberton patentó en 1885.

vin mariani haschisch

Otra bebida de la época, el Vino de Coca Mariani, contenía 2 gramos de cocaína por litro y fue la favorita de muchas celebrities de la época (desde Julio Verne hasta Alfonso XIII). Uno de sus consumidores más destacados, el papa León XIII, llegó a prestar su pía efigie para la publicidad de las etiquetas de la bebida, ya que “apoyaba el retiro ascético de Su Santidad”. Y los licores y extractos de hachís y marihuana fueron comunes tanto en las farmacias como en las bodegas hasta bien entrado el siglo XX. El licor Haschisch o “Licor Montecristo”, que según sus fabricantes “a pequeñas dosis (de una a cuatro copas), calma rápidamente y con seguridad los dolores de estómago y ayuda a la digestión y bebido en gran cantidad llega a producir una dulce embriaguez no peligrosa, descrita magistralmente por Trouseau en su Terapéutica” fue fabricado de forma ininterrumpida en Albal (Valencia) entre 1897 y 1975.

Podríamos seguir citando multitud de ejemplos entre la variedad de hongos, cactus y plantas psicoactivas que crecen en el Continente Americano o en África. El Hombre siempre ha establecido relaciones con los psicoactivos y, en este sentido, las drogas son cultura al igual que el arte, la tecnología o las prácticas religiosas. En un principio el uso de cada sustancia o grupo de sustancias estuvo restringido por condiciones geográficas y ambientales, pero el progresivo desarrollo del intercambio cultural y el comercio a lo largo de los siglos fue facilitando la accesibilidad a sustancias por parte de los distintos pueblos.

A principios del siglo XX, una serie de condicionantes históricos, políticos y socioeconómicos dieron lugar a las primeras restricciones globales. La Ley Seca, que prohibió en la práctica el alcohol en Estados Unidos durante la década de los años 20 del siglo pasado supuso tal desastre en cuanto a adulteración, mercado negro e incremento de la población penitenciaria que tuvo que ser derogada en 1932. Pero las prohibiciones que inicialmente sólo afectaban al opio y al cáñamo se internacionalizaron y desde entonces la lista de sustancias prohibidas, fiscalizadas internacionalmente a través de Convenciones de Naciones Unidas no ha parado de crecer, hasta llegar a varios cientos en la actualidad. Es importante señalar que ninguna de estas listas de drogas prohibidas se atiene a criterios objetivos, científicos o a escalas racionales que midan la peligrosidad o los efectos para la salud de las sustancias. La prohibición está basada en criterios puramente morales y el hecho de que una droga sea capaz de producir efectos psicoactivos agradables es suficiente para fiscalizarla si no tiene un uso terapéutico demostrado.

beer

El problema es que el mero hecho de promulgar leyes no hace que las sustancias o los problemas desaparezcan. En la actualidad las drogas no están controladas por los Estados, cooperativas, empresas farmacéuticas o compañías privadas sino que son un monopolio de narcotraficantes. Las sustancias llegan al consumidor sin ningún control sanitario o de calidad y los beneficios económicos que producen van directamente a manos de productores y distribuidores favoreciendo la delincuencia internacional, el terrorismo, el tráfico de personas y armas o la explotación sexual.
Sólo por referirnos al ámbito español, señalaremos algunos datos extraídos directamente de estadísticas de organismos oficiales. Se estima que más del 70% de la población penitenciaria está en relación directa o indirecta con problemas de drogas. El año pasado, la policía denunció a más de 300.000 ciudadanos por tenencia o consumo de drogas en espacios públicos. Hasta el momento la multa mínima por esta infracción era de 300 euros pero con la entrada en vigor de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana ascenderá a un mínimo de 601 euros, con lo que la sanción por llevar un porro en el bolsillo ascenderá al salario mínimo interprofesional mensual de un ciudadano. A pesar de esto, el 70% de los estudiantes de 14 a 18 años afirman en la Encuesta Estatal sobre Drogas que les sería “sencillo o muy sencillo” comprar cannabis en menos de 24 horas, y en torno al 30% afirman que podrían conseguir cocaína o éxtasis en menos de un día.

También en nuestro entorno, la crisis de la heroína produjo decenas de miles de muertos y diezmó a toda una generación entre finales de los 70 y principios de los 90, en la crisis social y sanitaria más grave que ha vivido el país en el último siglo. Al respecto, conviene destacar que la gran mayoría de muertos no lo fueron por consecuencia directa de sus efectos farmacológicos sino en relación con condiciones sociales y circunstancias derivadas de su ilegalidad. No hay nada en la molécula de la diacetilmorfina (nombre químico de la heroína) que produzca SIDA o hepatitis, sino que estas enfermedades están relacionadas con el uso de jeringuillas sucias. Las muertes por sobredosis y por adulteración guardan más relación con el hecho de que el producto no tenga ningún control sanitario que con otros factores. Y el incremento en la delincuencia callejera y la criminalidad es la consecuencia directa de que un producto muy adictivo que cuesta pocos céntimos se venda a precios astronómicos en la calle. En definitiva, la crisis de la heroína no está tanto en relación con la sustancia en sí como con la forma en la que está presente en la sociedad y la manera de gestionar sus problemas asociados. En los países que han implantado programas de reducción de riesgos (intercambio de jeringuillas, programas de metadona y tratamiento…) la situación ha mejorado, pero en otros como China o Rusia la situación es catastrófica.

El mercado de la cocaína es otro ejemplo del rotundo fracaso de las políticas actuales sobre drogas. La coca es un arbusto que crece en unas condiciones de humedad, luz y altura muy estrictas y en la práctica sólo se cultiva en determinadas zonas de Perú, Colombia, Bolivia y Brasil. La superficie total donde el cultivo de coca es posible en el mundo es un área geográfica menor del 1% del globo y a pesar de todas las medidas legislativas y policiales el precio del gramo de coca en Europa permanece invariable. Las drogas son los únicos bienes de consumo que no incrementaron su precio con la entrada en vigor del euro y si a finales del 2000 un gramo de coca en la calle se pagaba en torno a 8.000 pesetas (de las de entonces) en la actualidad es sencillo encontrarla en torno a 50 euros. El caso del éxtasis es aún más llamativo: de las 5.000 pesetas que costaba una pasti a mediados de los noventa del siglo pasado el precio ha descendido hasta 5 euros, bastante menos de lo que cuesta una copa en cualquier discoteca.

Desde cualquier punto de vista mínimamente objetivo se constata que las consecuencias de la Prohibición han sido un desastre. Si la Lucha Antidroga fuera una empresa y estuviera sometida a los criterios del mercado hace años que habría quebrado. Cada vez son más las voces que piden un cambio de rumbo en las políticas internacionales de drogas. El objetivo de “un mundo sin drogas” ha resultado ser una quimera irrealizable y sus consecuencias negativas han sido mucho mayores que los males que pretendía atajar. En foros internacionales la discusión está cada vez más centrada en cómo salir de este atolladero aunque las presiones en sentido contrario siguen siendo importantes. Ya no se trata sólo de los narcotraficantes y la industria de lavado de dinero procedente de sus negocios, sino también de los narcoburócratas de la ONU, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, un organismo cuyos miembros no han sido elegidos democráticamente y que siguen dictando las políticas de drogas que todos los países deben seguir. La reciente legalización de la marihuana en algunos Estados de EE.UU. y en Uruguay son los primeros tímidos pasos de este cambio.

Los partidarios de la Prohibición pronostican el infierno en la tierra el día que se legalicen las drogas. Pero es difícil imaginar una situación más desastrosa que la actual y defender la necesidad de un cambio radical en las políticas de drogas no implica necesariamente que tengan que convertirse en productos de venta libre. 
Los tomates, el tabaco y los antibióticos son ejemplos de productos perfectamente legales que tienen reguladas distintas condiciones para su venta. Si hemos empleado los cien últimos años en políticas de drogas que se han demostrado ineficaces, podemos dedicar los próximos cien a ensayar distintos modelos.

Como señalábamos anteriormente con algunos ejemplos, a lo largo del siglo XIX las drogas generaban más bien indiferencia y era la sexualidad la que aglutinaba el pánico moral. Prostitutas, homosexuales y otra gente de vida disoluta eran frecuentemente condenados a penas de cárcel, tratamientos obligatorios o al ostracismo social. En este momento la situación es la contraria y a poca gente le importa que un médico, abogado o ministro sea gay o divorciado pero se sorprendería como mínimo si se entera que toma pastis cuando va de rave.

En el imaginario colectivo, las drogas se siguen percibiendo como un conjunto de riesgos, peligros y problemas a evitar. Es evidente que éstos existen, pero las drogas son, además, mucho más que eso.

Como muchas otras conductas humanas, el uso de drogas es una actividad en la que se ponen en juego potenciales consecuencias positivas (gratificación, placer) y consecuencias potenciales negativas (riesgos, problemas). En este sentido el uso de drogas no es muy distinto a actividades como la hípica, el montañismo, el submarinismo o la espeleología. Las posibilidades de tener un problema grave al subir a un caballo o escalar una montaña dependen en gran medida de una preparación previa y tomar medidas adecuadas para evitar los riesgos. De la misma forma, en el consumo de drogas existen formas para reducir riesgos que tienen eficacia científica demostrada.

erowid

La llegada de Internet ha facilitado el acceso a información fiable, objetiva y realista sobre las drogas, así como de estrategias de reducción de riesgos ligadas a su consumo.

Portales como www.erowid.org o páginas como la de la ONG española Energy Control proporcionan información realista para las personas interesadas en las sustancias psicoactivas. Pero para el gran público la referencia sigue siendo los reportajes de Callejeros o las noticias sensacionalistas de prensa sobre drogas caníbales o la enésima-nueva-droga-de-moda que casi nunca resulta ser tal.

Sin una educación adecuada y un entorno social que promueva una visión más objetiva y realista sobre las drogas será difícil conseguir cambios.

Pero es probable que estemos ante un cambio de ciclo: el acceso democrático a la información, el constatado fracaso de las políticas actuales, el interés de los Estados en recaudar impuestos y el progresivo cambio de mentalidad pueden dar lugar a políticas de drogas que produzcan menos problemas sanitarios y sociales y que sean más respetuosos con los derechos humanos.

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