Por Dr. Fernando Caudevilla
A la hora de hablar de los riesgos del cannabis, sobre todo en lo referente a adolescentes y jóvenes, suele señalarse el fracaso escolar y los problemas en el ámbito educativo como uno de los peligros inherentes a esta sustancia.
Tanto los medios de comunicación como las instituciones antidroga insisten en este mensaje, que suele presentarse como es costumbre en forma de eslogan simplista, sin detalles ni matices que permitan hacerse una idea sobre la magnitud del riesgo, su frecuencia y posibles formas de manejarlo.
La explicación más sencilla es la que sostiene que el cannabis es la causa de los problemas en la escuela. Pero existen otros múltiples factores que influyen en el rendimiento escolar: desde el tamaño del grupo, las relaciones entre estudiantes y maestros, si la escuela es privada o pública, urbana o rural, los ingresos de la familia, horas dedicadas a la televisión, condiciones de estudio en el hogar, edad de los padres, implicación de éstos en el desarrollo educativo… Por otra parte también es necesario considerar otros factores que, de forma independiente, pueden relacionarse con el consumo de cannabis: nivel socioeconómico, consumo de alcohol y otras drogas, problemas psicológicos… ya que estos factores pueden incidir, a su vez, en el rendimiento escolar, podemos concluir que la cuestión es bastante más complicada de lo que parece a simple vista.
Pero tampoco seríamos objetivos si pasáramos por alto que el cannabis tiene efectos neurocognitivos, y que éstos pueden tener repercusión en la edad escolar. Las áreas cerebrales implicadas en los procesos de aprendizaje y consolidación de los conocimientos son ricas en receptores de cannabinoides, y existen evidencias tanto en animales como en humanos de que el cannabis puede producir efectos sobre la memoria. En realidad, lo que entendemos por “memoria” engloba distintas funciones y mecanismos cerebrales. Por ejemplo, no es lo mismo recordar un número de teléfono (memoria inmediata), que estudiar para un examen (memoria reciente) que los recuerdos de la infancia (memoria remota). Existen suficientes evidencias de que el consumo de cannabis tiene efectos, sobre todo, con respecto a la memoria reciente. Los estudios en humanos llevados a cabo en todo el mundo indican que el cannabis tiene un efecto dosis-dependiente sobre la memoria reciente, que es la que se emplea para estudiar y aprender nuevos conceptos. El estudio más completo al respecto (1) señala que este efecto sobre la memoria es “indudable pero de escasa magnitud”, lo que contrasta con los mensajes simplistas mencionados previamente. También está demostrado que este efecto revierte con la abstinencia, lo que a nivel práctico saben muchos universitarios aficionados al cannabis, quienes deben tomar un descanso de varias semanas o meses antes de enfrentarse a los exámenes
De la misma forma, también existe consenso entre los profesionales de que, cuanto más precoz sea el contacto de un adolescente con las drogas (legales o ilegales), mayores son las posibilidades de que su uso acabe desembocando en problemas. En ocasiones se recurre a argumentos neurobiológicos sobre la inmadurez del cerebro adolescente y su vulnerabilidad ante el efecto de las drogas para ilustrar estos riesgos. Pero no deja de ser curioso que esta explicación sea sólo válida para las drogas ilegales y no se tenga en cuenta, por ejemplo, en la facilidad de algunos profesionales sanitarios para recetar derivados anfetamínicos en edades tempranas para tratar la hiperactividad infantil. Las diferencias entre fármacos y drogas son más de tipo moral que farmacológicas y en lugar de recurrir a la imagen del cerebro-infantil-destrozado-por-la-droga esta mayor vulnerabilidad a los problemas puede explicarse por factores psicológicos, culturales y sociales. La maduración, la capacidad de resolver conflictos o la autogestión de las emociones son habilidades que se van aprendiendo a lo largo de la vida. Los efectos de las drogas pueden modificar la percepción, las emociones y la forma de pensar y es razonable pensar que no es lo mismo probar el alcohol, el éxtasis o la cocaína con ocho, trece, veintitrés o cuarenta años. En la medida en la que la personalidad sea más madura, los efectos de las drogas serán más fácilmente manejables y la persona será más capaz de que las sustancias ocupen un lugar concreto en su vida (vinculado a contextos y momentos de ocio o esparcimiento) en lugar de utilizarlas de forma intensiva para intentar resolver problemas o tapar la ansiedad.
En este punto, convendrá recordar también que, según la última encuesta del Plan Nacional sobre Drogas los consumos diarios de cannabis en adolescentes entre 14 y 18 años suponen menos del 3% del total (2), lo que supone una situación claramente minoritaria. Pero es indudable que, sobre todo en edades tempranas, algunos patrones de consumo de cannabis pueden tener repercusiones significativas en el rendimiento académico. Pero culpar al cannabis de forma exclusiva del fracaso escolar sin tener en cuenta todo el resto de factores individuales, contextuales y sociales que pueden influir en la educación constituye una simplificación interesada. Detrás de muchos patrones de consumo intensivo de cannabis en adolescentes se esconden en ocasiones otro tipo de problemas que poco tienen que ver con la sustancia.
Pretender culpar al cannabis de todo es mucho más sencillo, pero supone no ver nada más que la punta del iceberg de situaciones que, como la vida misma, son complejas por definición.
(1) Grant I, Gonzalez R, Carey CL, Natarajan L, Wolfson T. Non-acute (residual) neurocognitive effects of cannabis use: a meta-analytic study. J IntNeuropsychol Soc. 2003;9:679-89.)
(2) Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias. Dirección General del Plan Nacional sobre Drogas. Ministerio de Sanidad y Política Social. Madrid, 2009.