Por Dr. Fernando Caudevilla
En la primera parte de este artículo describimos una serie de consideraciones generales sobre la dependencia a sustancias a lo largo de la Historia y definimos los criterios para hablar de una “dependencia a sustancias”.
Volvamos a repasar estos criterios de dependencia en relación con el cannabis.
El primer criterio, la tolerancia farmacológica, es una circunstancia muy típica en usuarios habituales de cannabis. Si un novato y un usuario experimentado están fumando unas caladas de una variedad muy potente de marihuana, el primero experimentará los efectos con mayor intensidad que el consumidor habitual. De la misma forma, si una persona fuma exactamente la misma cantidad de cannabis a lo largo del tiempo, notará cómo poco a poco los efectos disminuyen al cabo de unos meses. En este sentido, la tolerancia al cannabis es una característica inherente a la sustancia y un criterio de dependencia que se cumple en la práctica totalidad de usuarios habituales.
No puede decirse lo mismo del síndrome de abstinencia a cannabis, cuya existencia es mucho más discutible. Cuando un usuario habitual de alcohol, opiáceos o benzodiacepinas suspende su administración de forma brusca, aparecen una serie de signos objetivos (fiebre, cambios en el tamaño de las pupilas, diarrea, convulsiones…) que constituyen un cuadro clínico definido llamado síndrome de abstinencia. En el caso del cannabis no se ha descrito claramente cuáles serían estos signos del supuesto síndrome. Además el cannabis es una sustancia muy liposoluble, que se deposita en las grasas del cuerpo y se elimina de forma lenta del organismo, por lo que la supresión brusca no es fácil. Algunos científicos hablan de un cuadro de intranquilidad, irritabilidad, insomnio, ganas de fumar cannabis que aparece unos días después de fumar el último porro…que probablemente aparecerá con más frecuencia en adolescentes a quienes sus padres les han sorprendido fumando y han sido arrastrado de las orejas a alguna asociación tipo Proyecto Hombre donde les enseñarán a cambiar de amistades y les harán mear en un bote como medidas terapéuticas para combatir este síndrome.
El resto de los criterios hacen referencia, en esencia, a la capacidad de control del individuo sobre la sustancia. Y en este sentido, de forma general, para la mayoría de las personas suele ser más sencillo mantener el control sobre el cannabis que sobre otras drogas. Pensemos en un fumador de tabaco que se queda sin cigarrillos a las once de la noche. La mayoría de ellos no dudarán en bajar al bar de la esquina, o incluso ir en coche hasta la gasolinera aunque llueva o haga frío. Para el fumador de cannabis medio que se ve en esta circunstancia suele resultar más sencillo esperar hasta el día siguiente. Lo mismo sucede con el uso compulsivo de la sustancia. Muchas personas con problemas de alcohol o cocaína pueden mantenerse en abstinencia con relativa facilidad, pero una vez que empiezan a consumir les resulta muy complicado parar. Este tipo de descontrol sobre la sustancia es posible con el cannabis, pero mucho menos frecuente en términos estadísticos.
Otro aspecto a la hora de valorar la dependencia a cannabis tiene que ver con la forma y vía de administración de la sustancia. Las vías de administración en las que las sustancias llegan al cerebro de forma rápida (intranasal, inyectada o fumada) generan dependencia con más rapidez y facilidad que cuando la droga se administra por vía oral. Al fumar una droga la superficie de absorción es muy grande (recuerde el lector lo que le contaban en biología en bachillerato: la superficie de los alveolos pulmonares equivale a un campo de fútbol). Pero además una gran mayoría de fumadores de cannabis lo son también de tabaco, que es una sustancia con un potencial de adicción muy elevado. Los porros suelen hacerse con hachís o marihuana mezclados con tabaco, e independientemente del potencial de adicción de los cannabinoides, el de la nicotina es indiscutible. Algunas personas que dicen tener dificultad para dejar el cannabis, lo que echan de menos en realidad son los efectos farmacológicos y rituales asociados al tabaco.
Por otra parte, es cierto que a nivel neurobiológico el cannabis actúa en zonas del cerebro asociadas a las conductas básicas para la supervivencia de las especies, los circuitos de recompensa y placer y áreas del Sistema Nervioso implicadas en los procesos de adicción y dependencia. Pero la relación es menos clara que en el caso de otras drogas como la cocaína, los opiáceos, la nicotina o el alcohol. Aun así, es posible entrenar a animales de experimentación para que se hagan adictos al cannabis, lo que suele mostrarse como prueba del potencial adictivo de esta sustancia. Sin embargo, en general, los seres humanos somos más complejos en nuestras conductas que las ratas, las ardillas y los monos. Observe el lector el comportamiento sexual o los modales a la hora de comer de su mascota y compárelos con los propios.
La mayoría de los estudios en humanos en los que se investiga la dependencia a cannabis con criterios estrictos encuentran unas frecuencias en torno al 4-10% de todos los consumidores. Es decir, para la mayoría de las personas el uso de cannabis no supone problemas pero existe una pequeña proporción a quienes les resulta complicado controlar o manejar sus consumos. Factores como la edad, la relación que se establece con la sustancia, el contexto del consumo, sus motivaciones, las características psicológicas de la persona… son tan importantes como la farmacología del cannabis a la hora de valorar estos problemas. Ante este tipo de situaciones es importante reflexionar sobre el lugar que ocupa el cannabis en la vida de uno y si la forma en la que se utiliza le permite hacer las cosas que quiere hacer y llevar la vida que quiere llevar. En muchas ocasiones detrás de una dependencia a cualquier sustancia se encuentran otro tipo de problemas o situaciones estresantes de tipo emocional o psicológico, de los que el problema con la droga es sólo la punta del iceberg.