Por dr. Fernando Caudevilla
Durante el último tercio del siglo XIX, un neurólogo austriaco llamado Sigismund Schlomo Freud comenzó a investigar sobre las propiedades farmacológicas y usos terapéuticos de la cocaína, alcaloide de la hoja de coca que había sido aislado por el químico Albert Niemann en 1859.
Este neurólogo experimentó con esta sustancia para tratar, entre otros trastornos, la dependencia a opiáceos. Su defensa de la cocaína, a la que consideraba casi inocua, dio lugar a muchas críticas y polémicas con otros colegas de profesión, quienes consideraban a la cocaína “el tercer azote de la humanidad, junto al alcohol y los opiáceos”. El neurólogo abandonó sus investigaciones con la cocaína después de que uno de sus pacientes, adicto a la morfina, superara la adicción gracias al tratamiento con cocaína pero terminara suicidándose por un cuadro psicótico. El paso del tiempo ha demostrado que los críticos llevaban la razón en muchos aspectos y el neurólogo no pasó a la historia por sus investigaciones sobre la cocaína, sino que, más conocido como Sigmund Freud, revolucionó la psiquiatría con sus teorías sobre el psicoanálisis.
Pero merece la pena detenerse en la descripción subjetiva que Freud hace sobre los efectos psicológicos de la cocaína en uno de sus escritos.
“El efecto psicológico de la cocaína consiste en la excitación y la euforia retenida, que no se diferencia mucho de la euforia de las personas sanas. Falta totalmente el sentimiento de alteración que acompaña a la excitación por alcohol, también falta el efecto característico inmediato del alcohol de ansiedad. Se tiene la sensación de incremento del autocontrol, se siente gran vigor y de capacidad de trabajo. (…) Se es simplemente normal y cuesta creer que se está bajo el efecto de algo.” (Sigmund Freud, Über Coca, 1889)
Freud describe los efectos psicológicos que produce la administración de una dosis de cocaína. Señala un estado de bienestar y placer, similar al “encontrarse bien” de las personas sanas, caracterizado por autocontrol, vigor y lucidez, pero en el que no se produce una sensación de embriaguez o alteración significativa del estado de consciencia (“cuesta creer que se está bajo los efectos de algo”) en comparación con otras drogas como el alcohol o los psicodélicos. En realidad, lo que describe Freud no parece muy diferente al efecto de dos o tres cafés…
Sin embargo, la definición de Freud acierta bastante al describir los efectos deseados de la cocaína a las dosis habituales (que, para una persona de peso normal y sin tolerancia farmacológica, podría oscilar entre los 25 y 75 mg de clorhidrato de cocaína para administración intranasal). Las observaciones de Freud han sido corroboradas en encuestas a consumidores y estudios en voluntarios. En estas investigaciones, se administra cocaína en condiciones de laboratorio y posteriormente se realizan distintas pruebas clínicas y test psicométricos. Mediante estos estudios sabemos que la cocaína puede producir locuacidad, sensación de energía, disminución del apetito, mayor rendimiento en la producción de tareas, hiperactividad motora, verbal y de ideas, incremento de la confianza y el autocontrol…
Otro efecto característico de esta sustancia es el de producir anestesia local. La aplicación de cocaína sobre la mucosa oral, nasal, oftálmica o genital produce eliminación de la sensación de dolor durante un periodo de entre 30 y 60 minutos. De hecho la cocaína permitió desde finales del siglo XIX el desarrollo de la cirugía oftalmológica y se usó como anestésico dental hasta mediados del siglo XX. Posteriormente se desarrollaron otros anestésicos locales (lidocaína, novocaína, xilocaína…) sin los efectos orgánicos o psicoactivos de la cocaína. Algunos consumidores valoran el grado de pureza de una muestra de cocaína por el grado de anestesia que produce en la mucosa nasal. Esta creencia es errónea, ya que la cocaína puede ser cortada con estos mismos anestésicos locales, que en la práctica suponen algunos de los adulterantes más frecuentes.
A nivel farmacológico, los efectos de la cocaína se caracterizan por su rapidez y fugacidad. Se trata de una droga que es rápidamente metabolizada por las enzimas del organismo, degradándose al cabo de 45-60 minutos. Por vía intranasal los efectos comienzan al cabo de pocos minutos de la administración y se mantienen durante 30 min- 1hora. Las vías fumada e intravenosa tienen un inicio de acción mucho más rápido (unos pocos segundos) y mantienen sus efectos durante 5-10 minutos. El producto de degradación más importante se llama benzoilecgonina y puede detectarse en orina 3-4 días después del último consumo.
A nivel cerebral, la cocaína actúa sobre las neuronas del sistema dopaminérgico-mesocorticolímbico. Se trata de una parte del cerebro que aparece en todos los vertebrados y que está relacionada con los mecanismos del placer y la recompensa en actividades como comer, beber o el sexo. Las modificaciones que puede producir el uso habitual de cocaína sobre este sistema son la base neurofisiológica de los problemas de abuso y dependencia a esta sustancia.
La cocaína estimula también un sistema de neuronas distribuido por todo el cuerpo llamado sistema autónomo simpático (que no tiene que ver con el buen humor, sino con la regulación de funciones vitales básicas). Esta activación tiene efectos sobre todo sobre el aparato cardiovascular, provocando vasoconstricción (disminución del diámetro de las arterias), aumento de la tensión arterial y aumento de la fuerza de contracción del corazón y de su velocidad (taquicardia). Por este mismo mecanismo también puede producir dilatación pupilar, temblor y sudoración, así como incremento de la temperatura corporal.