Por Manuel Valencia
El cine X tiene mala fama. Fama de vicio y drogas. Pero, ¿es cierto todo lo que dicen las malas lenguas?
Si hacemos una radiografía sin censuras del género más caliente descubriremos que el porno es una industria tan viciosa como lo pueda ser cualquier otra. Como la música o como el cine convencional. La lista de famosos con vidas tortuosas por sus adicciones galopantes es más larga que el listín telefónico de Pekín. De Janis Joplin a Charlie Sheen, pasando por Amy Winehouse, Robert Downey Jr., Sid Vicious, Drew Barrymore, John Belushi, Kurt Cobain y cientos más. Pero hoy no vamos a ver una película de Hollywood ni a escuchar rock´n´roll. Hoy tenemos butaca reservada en una sala X y la proyección está a punto de comenzar.
Porno con olor a hierba
El mejor porno de la historia es el de los años 70. Fue el primero, se rodaba en 35 milímetros y utilizaba el sexo con un espíritu transgresor. En aquella década loca de sexo libre y hippies con pantalones de campana, se filmaron los grandes clásicos del cine para adultos, como «Garganta Profunda» (1972), «Tras la Puerta Verde» (1972), «El Diablo en la Señorita Jones» (1973) o «The Opening of Misty Beethoven» (1976). En los rodajes de Nueva York, California y San Francisco nunca faltaba la marihuana, los hongos alucinógenos y el alcohol. Sí, aquel cine X todavía huele a hierba.
Sexo, coca y cintas de vídeo
El paso del porno cinematográfico de los 70 al del vídeo de los años 80 es un terremoto que revienta en mil pedazos la escala Richter del cine X. Las grandes estrellas como Seka, Marilyn Chambers o Vanessa del Rio dan paso a una nueva generación de cheerleaders de High School, con Traci Lords y Ginger Lynn a la cabeza; las películas se ruedan a toda velocidad con pequeñas cámaras domésticas y el porno pierde su aroma contracultural para consumirse en los videcoclubs como fastfood sexual. En ese entorno frenético de sexo de consumo rápido, la cocaína se convierte en la droga de moda y las papelas corren alegremente por los bolsillos. Gloria Leonard, legendaria felatriz del porno setentero, recuerda aquella época de excitación nasal como «Una locura. Todo el mundo se drogaba. No te exagero: cada vez que iba al Banco de América la cajera me preguntaba si podía conseguirle un poco de perico.«
Fred Lincoln, director de más de 300 films para adultos, era uno de los habituales en las clínicas de desintoxicación de San Fernando Valley. «La primera vez que probé la coca fue con mi mujer«, confesaba en una entrevista a Los Angeles Times. «Compramos tres gramos, los cocinamos y nos los metimos en una noche. Al día siguiente ya estábamos enganchados. Fue alucinante: de la noche a la mañana, toda California fue barrida por la cocaína y los platós porno se cubrieron de polvo blanco.«
La noche de los sexos calientes
Revisando un buen puñado de vídeos porno de los 80, uno se da cuenta de que algunos rodajes tuvieron que ser un jolgorio de campeonato. Los actores y actrices eran una gran familia. Todos se conocían, follaban en las películas, salían juntos de fiesta, se colocaban y se liaban unos con otros, se peleaban, se odiaban… y al día siguiente volvían a follar delante de una cámara. Estaba Ginger y Amber Lynn, Traci Lords, Christie Canyon, Bionca, Peter North, Paul Thomas, Buck Adams, Marc Wallice, Randy Spears, Bunny Bleu y mil más.
Tom Byron fue uno de los actores más pluriempleados de aquellos tiempos. Debutó en 1982, con veintiún años recién cumplidos, y hoy en día sigue en el negocio con su propia productora. «Cuando eres joven y ganas miles de dólares practicando sexo es difícil no perder la cabeza. Pero unos la perdieron mucho más que otros«, declaraba a la revista Hustler. «Traci Lords y yo éramos novios. Tomábamos drogas juntos, pero ella siempre llegaba al plató a la hora indicada. Era muy profesional y siempre se sabía sus diálogos, aunque fuesen de una página entera. Lo hacía a la primera toma y encima follaba de maravilla. No me cabe en la cabeza que alguien colocado y drogado fuese capaz de hacer eso. Y de hecho nadie lo hacía, solo ella.«
Amores que matan
El porno y la farlopa viven un tórrido romance ochentero. Tan tórrido que algunos se queman. Como la actriz Shauna Grant, que se suicida con apenas veinte años tras sufrir continuas depresiones; o Savannah (en la foto de apertura del artículo), una de las estrellas del primer hardcore americano de la década de los 90. La felatriz californiana, conocida por sus juergas sexuales con rockeros como Axel Rose o Billy Idol, era la pesadilla de los productores por sus desplantes y sus constantes recaídas con la coca y la heroína. En 1994, tras un accidente de tráfico, decide volarse la cabeza con un revólver del calibre 45.
Pero el caso más escalofriante es el del mítico «trípode» John Holmes, el semental más grande de todos los tiempos con permiso de Nacho Vidal y Rocco Siffredi. Sus 35 centímetros de sexo bruto eran tan excesivos como su adicción al polvo blanco. Esnifaba una raya cada 10 minutos y tomaba 40 pastillas de Valium para bajar el subidón eterno en el que vivía. Holmes murió de SIDA en 1988, tras unos años de decadencia absoluta, incapacitado para lograr una erección, malviviendo y prostituyéndose por unos pocos dólares con los que pagar la dosis del día siguiente.
Supervivientes natos
La historia del cine X está marcada por películas legendarias, escenas inolvidables y vidas al límite. Algunas dignas de la peor crónica negra. Pero si hablamos de drogas yo me quedo con Ginger Lynn, capaz de superar adicciones y recaídas tremebundas junto al insaciable Charlie Sheen; la insuperable «garganta profunda» Jeanna Fine y su lucha por salir del pozo de la heroína mientras sus amantes se quedaban en el camino; y sobre todo Sharon Mitchell, toda una superviviente.
Actriz andrógina donde las haya, Sharon debutó en el cine porno a finales de los 70 y estuvo en activo durante veinte años, llegando a rodar casi mil películas. Su pasión por las jeringuillas casi acaba con ella: «Mi vida era una locura de extravagancia sexual. Y heroína, mucha heroína. La mezclaba con rodajes en los que me quedaba inconsciente, actuaciones de striptease en directo donde me caía al suelo y aventuras patéticas con hombres maduros. Un descontrol. Un día, justo antes de ir a la clínica de desintoxicación, miré en el botiquín y sólo tenía un paquete de cereales y una cucharita con heroína. Así que dejé lo de la clínica para la semana siguiente. Siempre recaía. Una y otra vez. Llegó un momento en que pensé «joder, por mucho que lo odie, tengo que desengancharme de esto». O sea, había intentado matarme con sobredosis, pero sencillamente me volvía a despertar. No había caballo suficiente en la Tierra para acabar conmigo. Probablemente porque, en realidad, no quería hacerlo de verdad.«
Afortunadamente, y con la ayuda de la metadona, Sharon salió del infierno para contarlo, convirtiéndose en un ejemplo de superación y resistencia.