Por Dr. Fernando Caudevilla
Comenzamos en esta entrega una nueva serie de cuatro artículos dedicados al cannabidiol.
El tetrahidrocannabinol (THC) ha sido el objeto de la mayor parte de investigaciones científicas y aplicaciones en clínica durante los últimos quince años pero, progresivamente, el foco de atención se ha ido desplazando hacia el cannabidiol (CBD), que es el otro cannabinoide más abundante en la planta. Si utilizáramos el lenguaje de la moda para la investigación científica sobre los cannabinoides podríamos decir que, en las últimas temporadas, el cannabidiol (CBD) es tendencia.
Existen algunas razones de tipo histórico-científico para explicar este cambio. Recordemos que, en comparación con otros psicoactivos derivados de plantas la identificación de los principios activos y la caracterización de los efectos biológicos del cannabis es mucho más reciente. Desde hace varios siglos se conocía que dentro del género de plantas Cannabis existían dos especies distintas: la experiencia mostraba que Cannabis sativa produce efectos más de tipo estimulante o psicoactivo y Cannabis indica está dotada de propiedades más relajantes. Plantas como el opio o la cocaína habían sido objeto de investigación científica desde el siglo XIX: opio, cocaína, mescalina o café fueron estudiados desde un punto de vista científico y, en muchos casos, sus principios activos se caracterizaron de forma precoz.
Pero hubo que esperar hasta mediados del siglo XX para que los dos cannabinoides más importantes de la planta, el THC y el CBD, fueran aislados y caracterizados. Fue entonces cuando se observó que las concentraciones de THC (o, siendo más precisos, el cociente entre concentración de THC y concentración de CBD, lo que se conoce como índice de psicoactividad) eran más elevadas en las variedades más psicoactivas (Cannabis sativa) que en las depresoras (Cannabis indica).
Los estudios en animales de experimentación con THC durante los años 70 del siglo pasado demostraron que los efectos psicoactivos y biológicos dependían en gran medida de la concentración de THC. Al realizar experimentos con animales a los que se administraba únicamente CBD no se encontraban efectos significativos, por lo que se asumió que el THC era el único responsable de los efectos del cannabis y el interés en el CBD desapareció. De hecho el descubrimiento del CBD (1940) y la caracterización de su estructura molecular (1963) son previos a los del THC (1964), pero fue este último en quien se centró toda la investigación.
En aquel momento no se había descubierto el Sistema Cannabinoide Endógeno y se creía que el cannabis ejercía sus efectos introduciéndose de forma difusa a través de las neuronas. Hubo que esperar hasta finales de los 90 para revisar y volver a estudiar al CBD dentro del nuevo paradigma. Los estudios en cultivos celulares y modelos in vitro mostraron que el CBD tiene muy baja afinidad por los receptores CB1 y CB2 y en la práctica no los activa. Esto explicaría el hecho de que las plantas de cannabis ricas en CBD produzcan menos efectos psicoactivos, ya que se une a los mismos “interruptores celulares” que el THC pero sin activarlos. Pero los mecanismos de acción del CBD van más allá de “tapar” los receptores del Sistema Endocannabinoide. Las investigaciones realizadas durante los últimos años muestran que el CBD actúa además de forma específica en otros receptores celulares del organismo como el sistema serotoninérgico (receptores 5HT-1a), el sistema opioide (receptores mu y delta) , vanilloides (VRTP) o el transportador equilibrativo de los nucleósidos (ENT).
Recientemente se ha caracterizado un nuevo receptor de cannabinoides, distinto a los conocidos CB1 y CB2, llamado GPR55, que se encuentra en zonas muy específicas del cerebro (nucleo caudado y putamen) y sobre los cuales el CBD parece interactuar de forma específica como antagonista. En definitiva, la ensalada de siglas, sistemas biológicos y receptores que hemos descrito en este párrafo no pretende confundir ni abrumar al lector , sino ilustrar la idea de que las acciones del CBD son muchas, complejas, muy distintas y están todavía en fase de investigación.
Como decíamos, el descubrimiento del sistema endocannabinoide renovó el interés científico por el CBD y sus posibles propiedades terapéuticas. Sus efectos como psicoactivo son uno de los campos más importantes en los que se centran las investigaciones. Hasta hace pocos años se consideraba que el CBD atenuaba los efectos mentales del THC pero que, por sí mismo no tenía ningún efecto. Cada vez son más los estudios que muestran que esta idea era errónea. Las investigaciones más recientes han demostrado que el CBD posee propiedades ansiolíticas (disminución de la ansiedad) cuando se administra de forma aguda. A largo plazo existe discusión sobre si este efecto en mantenido o puede aparecer un efecto ansiogénico (generador de ansiedad). Los resultados sobre animales de investigación en este sentido son aún contradictorios y no concluyentes. En modelos animales de depresión el CBD ha demostrado propiedades antidepresivas y existen estudios en humanos sobre su posible utilidad en el trastorno de ansiedad generalizada y la fobia social.
En el próximo artículo comenzaremos una revisión exhaustiva sobre lo que se conoce en ciencia sobre las posibles aplicaciones del CBD como tratamiento de distintas patologías y enfermedades médicas y psiquiátricas.