Por Dr. Fernando Caudevilla
El diario El País publicó en portada el pasado 2 de Mayo el artículo “Marihuana: Adolescentes enganchados al cannabis”.
Antes de comentar algunos aspectos de este artículo me gustaría aclarar que yo no me considero “procannábico”, vamos, que no se piensen que es nada personal. El cannabis me sienta fatal y aunque desarrollo parte de mi actividad profesional en temas relacionados con el cannabis recreativo y terapéutico éste es sólo uno de mis variados intereses profesionales.
Creo que la regulación del cannabis es prioritaria al ser la droga ilegal más consumida en nuestro país, pero igual de necesario y justificable me parece el acceso regulado al resto de las sustancias actualmente en manos de mafias. Estar “a favor” o “en contra” del cannabis me parece una clasificación tan irrelevante a nivel intelectual como ser del Madrid o del Barça.
Por otro lado, es lícito que los medios de comunicación privados tengan la línea editorial y publiquen lo que les venga en gana y en muchas ocasiones el redactor (o becario) que firma la pieza no es experto en la materia. Este parece ser el caso del artículo que nos ocupa, que se abre citando una reciente revisión científica sobre los efectos neurocognitivos y psiquiátricos del cannabis que busca “ofrecer datos científicos ante la ola de legalización que vive Estados Unidos”. Esta revisión está firmada por Nora Volkow, directora del NIDA (National Institute of Drug Abuse, organismo antidroga estadounidense) quien no destaca precisamente por su análisis objetivo y ecuánime sobre el fenómeno.
En un artículo científico de estas características (revisión no sistemática de un tema) los autores seleccionan las investigaciones más relevantes según su propio criterio. Preguntarle a la directora del NIDA sobre el cannabis viene a ser como pedirle opinión a Gargamel sobre los pitufos.
Por otra parte la Dra. Volkow es constante objeto de críticas en el mundo científico por su visión exclusivamente medicalista y psiquiatrizante de los problemas de las drogas.
Así, muchos de los datos que se presentan en el artículo de El País son, sencillamente, falsos.
La afirmación de que “la eliminación del cannabis entre los jóvenes podría conllevar una reducción del 8% de la incidencia de la esquizofrenia en la población” no tiene sentido y remitimos al lector a este artículo anterior donde discutimos el tema.
El dato “en la población entre 15 y 24 años tenemos un 22% que presenta un consumo problemático” contradice el sentido común (¿de verdad alguien se cree que un cuarto de nuestros jóvenes tienen problemas reales con el cannabis?) y a la propia Comisión Clínica del Plan Nacional sobre Drogas, que en su informe del 2009 afirmaba (pag 23) que “la mayoría de los escolares no tienen problemas significativos en relación con el cannabis” y estimaba los consumos problemáticos entre un 1-4%, dato bastante más compatible con la realidad.
El artículo incide en la mayor vulnerabilidad a los efectos negativos del cannabis en edades precoces, idea en la que existe consenso en la comunidad científica y que la Dra. Volkow recalca en la entrevista. No hay nada que objetar a este argumento, pero habría estado bien saber si es aplicable al tratamiento diario con derivados anfetamínicos de 2 millones de niños y adolescentes en Estados Unidos supuestamente hiperactivos y por qué en Europa estas cifras son mucho más limitadas.
Una frase llamativa en el artículo dice que “los jóvenes siguen percibiendo erróneamente el tabaco como más peligroso que el cannabis”. No queda claro si se trata de una idea elaborada por el periodista (en la que se podría disculpar su ignorancia del tema) o procede de algún “experto”, lo que sin duda sería más grave. De entrada los peligros de las drogas no dependen sólo de la sustancia, sino de factores personales y contextuales. Comparar si es más peligroso el cannabis o el tabaco es como preguntar si son más dañinas las cuerdas o el agua. Pero además ¿Puede haber una droga más peligrosa que la responsable del 30% de las muertes por cáncer, 20% de las producidas por enfermedades cardiovasculares, y del 80% de las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas (EPOC)?
Como señalaba acertadamente el psicólogo Claudio Vidal en su cuenta de twitter: “La percepción del riesgo no se aumenta con mentiras. No todo vale si queremos prevenir el consumo de cannabis entre l@s adolescentes.”
Y la guinda del pastel lo pone la representante del Plan Nacional Sobre Drogas (PNSD). Primero afirma que “no lo puede demostrar científicamente” pero luego suelta que “el hecho es que en las comunidades autónomas donde tenemos el índice más alto de consumo de cannabis entre jóvenes es donde más permisivos han sido con los clubes canábicos y los más proclives a difundir los beneficios de esta droga: País Vasco, Cataluña y Valencia. La combinación de poca percepción de riesgo, fácil acceso al cannabis y publicidad positiva dispara su consumo”. Puestos a lanzar hipótesis, podría ser también que el consumo de cannabis disminuya el Amor a España ya que el nacionalismo es más frecuente en esas tres regiones que en el resto. Aunque Koldo Callado de la Sociedad Española de Investigación sobre Cannabinoides (SEIC) contraargumenta esta idea de forma racional y convincente, los chicos del PNSD ahí dejan la idea, por si cuela.
“La industria cannábica tiene grandes intereses económicos detrás y trata de difundir esa idea de inocuidad entre la población” es otra de los mantras del argumentario del PNSD que aparece literalmente en esta entrevista. La idea es tan ramplona como “todos los médicos están vendidos a la industria farmacéutica” y similar a responsabilizar a Bodegas Alavesas del problema del alcoholismo juvenil.
Al respecto sólo puedo hablar de mi experiencia. Durante quince años he escrito artículos en seis medios escritos y digitales (incluyendo este) y he sido invitado a decenas de conferencias en Ferias pertenecientes al sector del cannabis. Los riesgos para la salud del cannabis, los excesos de la industria cannábica o los mensajes erróneos y exagerados sobre el uso terapéutico del cannabis son temas frecuentes en mis intervenciones y me han ganado la enemistad de cierto sector procannábico-integrista-talibán. Pues bien, jamás nadie de la “industria” (directores de medios, de ferias, empresas…) ha sugerido modificar ni una sola coma sobre lo que aquello que he dicho o escrito ni siquiera cuando mis ideas han podido ser contrarias a sus intereses comerciales. Para ser ecuánimes añadiré que tampoco he recibido nunca ninguna presión cuando la industria farmacéutica es la que ha patrocinado mi trabajo.
En definitiva, en lo que el PNSD llama “industria cannábica” los habrá malos, regulares y buenos. En mi experiencia abundan más estos últimos: las asociaciones que trabajan de forma honesta y que incluyen una perspectiva de reducción de riesgos, los activistas que trabajan incansablemente hasta jugarse su libertad personal, las federaciones a quienes el PNSD hace oídos sordos y el resto de los profesionales que intentan ganarse la vida de forma honrada, pagando su IVA y su IRPF como todos (bueno, como todos, no).
Así que, en este caso, tras analizar los datos me parece que el titular no se corresponde en absoluto con el contenido del artículo. Yo, en lugar de “Marihuana: adolescentes enganchados al cannabis” lo habría titulado “Marihuana: adultos obsesionados contra el cannabis”.