Por Manuel Valencia
Porno y drogas. Pura nitroglicerina. Un polvorín que ha hecho saltar en mil pedazos algunas vidas muy poco ejemplares. Como la de John Holmes, el legendario semental del cine para adultos. El rey del sexo… y de la cocaína.
La polla de John Holmes era un arma de destrucción masiva. Medía 35 centímetros y se paseaba, arrogante como ella sola, por el cine para adultos de los años setenta. Eran los tiempos gloriosos del mejor porno, cuando, curiosamente, también se rodaba en 35 milímetros.
La historia del actor con más talento sexual de todos los tiempos salpica semen, excesos nasales y noches sangrientas que sonrojarían al mismísimo Martin Scorsese de «Uno de los nuestros«.
Sexo, sudor y coca
John Holmes es el auténtico mito masculino del cine X, por encima de sementales XXL como Ron Jeremy, Nacho Vidal o Rocco Siffredi. Los números y los datos que jalonan su ajetreada vida son impresionantes. Como apunta Jordi Costa en su fascinante libro «Mondo bulldog«, «Probablemente, Holmes sea el único freak secretamente envidiado por media humanidad y deseado por la otra media. Su monstruosidad podía medirse -35 centímetros de pene erecto-, pero difícilmente podía ser contenida en un slip de talla estándar. Protagonizó más de 2.000 películas en sólo veinte años de carrera y se calcula que pudo acostarse con 14.000 mujeres«.
Las cifras dejan patidifuso. Pero el poderío sexual de Johnny sólo era comparable con su inagotable voracidad cocainómana. “El trípode porno” de los años setenta se convirtió en “El aspirador humano” en la década de los ochenta: su vida desenfrenada le arrastró, de la cima del cine para adultos, a los infiernos de la adicción compulsiva. Un batacazo morrocotudo reflejado al detalle en «Boogie nights» (1997), la estupenda película de Paul Thomas Anderson que, incluso, se queda corta. Holmes esnifaba una raya de coca cada diez minutos… y para contrarrestar el subidón necesitaba cuarenta pastillas diarias de Valium. En 1983, en una entrevista para la revista “Hustler”, él mismo confesaba que “no podía caer más bajo. Físicamente, parecía un preso de un campo de concentración nazi. Llegué a estar despierto diez días seguidos y sólo comía medio taco picante mejicano a la semana.”
El hombre de la polla de oro
La biografía de John Curtis Holmes se puede leer hasta en la Wikipedia, así que no perderemos mucho tiempo recordándola. Nace en Ohio en 1944, a los doce pierde la virginidad, a los dieciséis se alista en el ejército, a los veintiuno se casa y a los veintidós luce su cuerpo bailando desnudo en clubs nocturnos de mala muerte.
Estamos a finales de los años sesenta y el siguiente paso estaba claro. Bob Chinn, productor pionero del porno en la Costa Oeste, lo recuerda: «Un día apareció por la oficina un tipo alto, desaliñado y de pelo rizado pidiendo trabajo de electricista. Le dije que no teníamos nada y, de repente, se sacó la polla y me dijo «¿y como actor tienes algo?«. El productor, al verle la herramienta, no lo dudó un segundo: «Escribí un esbozo de guión en un sobre y dos días más tarde estábamos rodando. Le contraté con un salario de 75 dólares al día, cuando en aquella época sólo se pagaba 50 a los mejores actores.«
Sólo para adultos
A mediados de los años setenta, el hardcore había salido del ghetto más oscuro para convertirse en contracultura. Aquel cine libertino con sexo explícito era reivindicado por personalidades como Truman Capote, Jack Nicholson y Warren Beatty. Películas como “Garganta profunda” (1972), “Tras la puerta verde” (1972) y “El Diablo en la señorita Jones” (1973) se convertían en clásicos instantáneos y se estrenaban en salas de cine como el World Theater de Nueva York.
Estaba Linda Lovelace y Marilyn Chambers, pero Holmes era la gran estrella de la industria para adultos y su tarifa se había disparado a los 3.000 dólares. Su carrera era meteórica, rodando docenas de películas al año y encarnando al célebre personaje de Johnny Wadd, el detective más macarra y cachondo que ha tenido nunca el cine para adultos y que siempre ha vuelto loco a Quentin Tarantino.
Aquella década gloriosa de hierba en las calles y sexo en las pantallas recibe con los brazos abiertos a su graciosa majestad: el polvo blanco.
Habla Bill Amerson, su manager: “Cuando le conocí, Holmes no quería tocar ninguna otra droga que no fuera la marihuana. Todo lo demás le daba miedo. Pero en 1976 un productor lo enganchó a la cocaína… y desde entonces pasó a consumirla como un descosido. En aquellos años había actores porno que sólo cobraban en cocaína.«
Laurie, última esposa de Holmes que le acompañó hasta su muerte, lo confirma: «Johnny tenía una personalidad adictiva. Cuando se metió en las drogas se enganchó de golpe, igual que hizo con el whisky escocés.«
Diario íntimo de un semental
A principios de los ochenta, John Holmes era un rey sin corona. Demasiada droga para aguantar de pie un rodaje y mantener una erección durante varias horas. Rodaba sus escenas como si fuese un zombi. Iba a todas partes con un pequeño maletín donde llevaba los utensilios necesarios para fumar y esnifar. Sharon Mitchell, actriz superviviente de aquella época delirante de sexo explícito y drogas duras, nunca lo olvidará: “Estábamos rodando en una mansión de Los Angeles cuando John desapareció. Estuvimos esperándole hasta que se hizo de noche. Ya estábamos a punto de marcharnos cuando escuchamos un grito en el dormitorio. La mujer de la limpieza había abierto un armario y se lo había encontrado dentro, inconsciente, sujetando una pipa de coca base.«
En una década de frenética hiperactividad sexual, Holmes había filmado más de mil películas, algunas tan calientes, divertidas y hippies como «Johnny Wadd» (1971), «Teenage cowgirls» (1973), «The incredible sex-ray machine» (1974), «Sexy eruption» (1976), «Drácula chupa» (1978), «La hija del senador» (1978) o «Furor insaciable» (1980). Con su pelambrera afro, su bigote, su pinta desgarbada y su desafiante tercera pierna, Holmes se había convertido en el gran macho alfa del cine porno mundial, pero ahora le tocaba ser uno de los personajes de «Yo, El Vaquilla«. Él mismo lo comentaba: «Caí muy bajo. No podía rodar porque ni siquiera se me levantaba. Tuve que ponerme a vender coca para poder pagarme toda la que me metía. Vendía kilo y medio cada día. Mis clientes eran asesinos, dentistas, ladrones, abogados y actores. Era un puto drogadicto.«
Coitus interruptus
Los últimos años de Holmes podría haberlos guionizado no Alex, sino Eloy de la Iglesia, el mismo de “El pico” y “Navajeros”. Enganchadísimo a la coca, despedido de docenas de rodajes por sus desplantes y destrempes, prostituyéndose, grabando escenas decadentes a cambio de unos cuantos gramos, sospechoso de colaborar en la célebre matanza de Wonderland, encerrado en la cárcel durante varios meses, repudiado por sus compañeros de folletín y muriendo de SIDA en un hospital de las afueras de Los Angeles. Sólo tenía 43 años.
“John Holmes es, sin duda, uno de los mitos fundacionales de la historia del cine porno, ese género ya casi extinguido por culpa de Internet”, sentencia Casto Escópico, analista seminal del cine clasificado X. “Al margen de su importante aportación al hardcore, es uno de los personajillos más fascinantes de la cultura norteamericana de los años setenta, porque el Rey del Porno no era en realidad más que un miserable proxeneta, un drogadicto patético y un traicionero soplón de la policía que estuvo envuelto en mil historias delictivas. Por eso le tengo tanto cariño y por las maravillosas escenas que rodó con actrices como Uschi Digard o Tracey Adams en Italia en el crepúsculo de su agónica carrera, cuando ya no era capaz de mantener erecto el cetro de su corona.”
Sirvan estas palabras como largo epitafio para una leyenda que los buenos aficionados al porno jamás olvidaremos. Y los dealers de Nueva York tampoco.
LINKS
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