Este artículo de Maia Szalavitz fue publicado originalmente por el NY Times el pasado 25 de Junio y lo hemos traducido para compartirlo con vosotros. Creemos que es interesante que lo leáis por el enfoque que ofrece sobre las adicciones.
“Me chuté heroína y cocaína mientras estudiaba en la universidad de Columbia en los 80, a veces inyectándome varias veces en un día, dejándome cicatrices todavía visibles. Seguí consumiendo, incluso después de ser expulsada, incluso después de sufrir una sobredosis, incluso después de ser arrestada por traficar, a pesar de saber que esto reducía mis posibilidades de salir de la cárcel.
Mis padres estaban devastados: no podían entender qué le había sucedido a su “talentosa” hija, que siempre había sobresalido académicamente. Seguían deseando que pudiese parar de algún modo, incluso si cada vez que intenté dejarlo, recaía en cuestión de meses.
Generalizando, existen dos escuelas de pensamiento en lo relativo a las adicciones: la primera dice que mi cerebro había sido secuestrado químicamente por las drogas, arrebatándome el control de una enfermedad crónica, progresiva. La segunda dice simplemente que yo era una criminal egoísta, sin ningún tipo de miramiento hacia los demás, como gran parte del público sigue opinando. (Cuando se trata de un ser querido que cae en la adicción, tendemos a favorecer la primera explicación; cuando se trata de otro, apoyamos la segunda).
Tenemos mucho retraso en relación a una nueva perspectiva – por dos motivos: porque nuestra comprensión de la neurociencia subyacente en la adicción ha cambiado, y porque muchos de los tratamientos existentes sencillamente no funcionan.
La adicción es de hecho un problema cerebral, pero no es ninguna patología degenerativa como el Alzheimer o el cáncer, ni tampoco es la prueba de una mente criminal. En su lugar, es un desorden del aprendizaje, una diferencia en el cableado del cerebro que afecta a la forma en la que procesamos la información relativa a la motivación, la recompensa y el castigo. Y, como muchos otros desórdenes de aprendizaje, la conducta adictiva se estructura mediante influencias genéticas y del entorno durante el curso del crecimiento.
Científicos han documentado durante décadas la conexión entre los procesos de aprendizaje y la adicción. Ahora, mediante la investigación con animales y procedimientos radiológicos, los neurocientíficos comienzan a reconocer qué zonas del cerebro están involucradas en la adicción y cómo lo están.
Los estudios muestran que la adicción altera las interacciones entre zonas del cerebro medio como el tegmento ventral o el núcleo accumbens, que están involucradas en la motivación y el placer, y zonas del córtex prefrontal que median en las decisiones y ayudan a establecer prioridades. Actuando juntas, estas redes determinan lo que valoramos para asegurar que logramos objetivos biológicos críticos: es decir, supervivencia y reproducción.
En esencia, la adicción aparece cuando esos sistemas cerebrales se centran en objetivos erróneos: la droga o un comportamiento auto-destructivo, como el juego excesivo, en lugar de una nueva pareja sexual o un bebé. Una vez que esto sucede, puede causar serios problemas.
Si, como en mi caso, creciste con un sistema nervioso hiper-reactivo que te hacía sentir constantemente agobiado, alienado y rechazado, encontrar una sustancia que libere todo ese estrés social se convierte en una bendita escapatoria. A mí, la heroína me proporcionaba una sensación de bienestar, seguridad y amor que no podía conseguir de otra gente (la clave de la adicción en esas zonas es la misma para muchas experiencias agradables: dopamina). Una vez experimenté el alivio que la heroína me proporcionaba, me sentí como si no pudiese sobrevivir sin ella.
Comprender la adicción desde esa perspectiva del desarrollo neurológico nos brinda una oportunidad llena de esperanza. Primero, como otros desórdenes del aprendizaje, como la hiperactividad y el déficit de atención o la dislexia, la adicción no afecta a la inteligencia en general. Segundo, este enfoque sugiere que la adicción sesga la elección, pero no elimina por completo el libre albedrío: después de todo, nadie se inyecta drogas delante de la policía. Eso significa que los adictos pueden aprender a realizar acciones para mejorar nuestra salud, como utilizar jeringuillas limpias, como yo hice. La investigación muestra abrumadoramente como estos programas no sólo reducen el VIH, sino que también ayudan en la rehabilitación.
La perspectiva del aprendizaje también explica porqué la compulsión por el alcohol o las drogas puede ser tan fuerte y porqué los adictos persisten incluso cuando los daños superan con creces al placer que reciben y porqué puede parecer que actúan irracionalmente: si consideras que algo es esencial para tu supervivencia, tus prioridades no tendrán sentido para otros.
El aprendizaje que conduce a impulsos como el amor o la reproducción es muy distinto a los hechos de aprendizaje de hechos puros y duros. A diferencia de memorizar las tablas de multiplicar, el aprendizaje profundo, emocional, altera completamente la forma en la que determinas lo que te importa más, y es la razón por la que recuerdas aquel amor de instituto mucho mejor que las mates del instituto.
Reconocer la adicción como un desorden de aprendizaje también puede ayudar a erradicar el argumento según el cual la adicción debería tratarse como una enfermedad progresiva, como sostienen los expertos, o como un problema moral, una creencia que se refleja en nuestra constante criminalización de ciertas drogas. Simplemente has aprendido una forma disfuncional de superación.
Aún más, si la adicción reside en las zonas del cerebro responsables del amor, entonces la rehabilitación se parece más a superar una ruptura que a afrontar una enfermedad de por vida. Curar un corazón roto es difícil y a veces requiere recaídas en un comportamiento obsesivo, pero no supone un daño cerebral.
Las implicaciones para el tratamiento en este caso son muy intensas. Si la adicción es como el mal de amores, la compasión es un enfoque mucho más acertado que el castigo. De hecho, un meta-análisis de 2007 de docenas de estudios a lo largo de cuatro décadas descubrió que el empoderamiento, los tratamientos empáticos como la terapia cognitiva del comportamiento, y la terapia de mejora motivacional, que promueven una voluntad interna de cambio, funcionan mucho mejor que otros enfoque tradicionales de rehabilitación de enfrentamiento negativo, que transmite a los pacientes que no tienen ningún poder sobre su adicción.
Esto tiene sentido porque los circuitos que normalmente nos conectan con otros socialmente han sido canalizados en su lugar para la búsqueda de droga. Para devolver a nuestros cerebros a la normalidad, necesitamos más amor, no más dolor.
De hecho, ningún estudio ha encontrado pruebas a favor de los enfoques punitivos o severos, como sentencias de cárcel, tratamientos humillantes e intervenciones tradicionales en las que la familia amenaza con abandonar a sus miembros adictos. Los adictos ya están preparados para atravesar experiencias negativas por sus conexiones cerebrales; más castigo no cambiará esto.
En la línea de la idea de que el desarrollo es importante, la investigación también demuestra que la mitad de todas las adicciones – con la excepción del tabaco – acaban a la edad de 30 años, y que la gran mayoría de personas con adicciones al alcohol y otras drogas la superan, habitualmente sin tratamiento. Yo dejé de tomar drogas a los 23 años. Siempre he pensado que lo dejé porque finalmente me di cuenta de que mi adicción me estaba perjudicando.
Pero es igualmente posible que me quitase entonces porque me había vuelto biológicamente capaz de hacerlo. Durante la adolescencia, el motor que mueve el deseo y la motivación se hace más fuerte. Pero desafortunadamente, sólo mediada la veintena en adelante somos capaces de ejercer más control. Es por esto que la adolescencia es el período de mayor peligro para desarrollar una adicción – y la simple madurez pudo ser lo que me ayudó a mejorar.
En aquel tiempo, casi todos los tratamientos estaban basados en los grupos de 12 pasos como los de alcohólicos anónimos, que únicamente sirven de ayuda a una minoría de adictos. Incluso hoy, la mayoría de tratamientos accesibles en centros de rehabilitación incluyen adiestramiento para el rezo, sometimiento a un poder superior, confesión y resarcimiento prescritos por los pasos.
No tratamos otras condiciones médicas de forma tan moralista – la gente con otros desórdenes de aprendizaje, o los afectados por la esquizofrenia o la depresión no son empujados a disculparse por su comportamiento en el pasado.
Cuando comprendamos que la adicción no es ni un pecado ni una enfermedad progresiva, sino un cableado del cerebro distinto, podremos dejar de insistir en políticas que no funcionan, y empezar a enseñar a recuperarse.
Ciertamente, si el impulso compulsivo que mantiene la adicción se dirige a canales más saludables, este tipo de conexiones puede ser un beneficio, no sólo una discapacidad. Después de todo, persistir a pesar del rechazo no sólo me condujo a la adicción – también ha sido indispensable para mi supervivencia como escritora. La habilidad de perseverar es una ventaja: la gente con adicciones sólo necesita aprender cómo redirigirla”.
Maia Szalavitz es la autora de “Unbroken Brain: A Revolutionary New Way of Understanding Addiction.”
Puedes leer el artículo original en inglés aquí: http://www.nytimes.com/2016/06/26/opinion/sunday/can-you-get-over-an-addiction.html?smid=fb-share&_r=0