Por Drogoteca
Esas fueron las palabras que, desde el aire y en el helicóptero de apoyo, les dieron a los policías que estaban en tierra.
Ellos cuatro, estaban a menos de 5 metros de la persona y mantenían contacto visual con ella en todo momento, pero fue desde 200 metros de altura desde donde otro policía “opinaba” sobre el sujeto y su estado mental. Nadie puede saber cómo de determinante fue ese “apoyo desde el aire” que le brindó ese otro policía, opinando que era un mal tipo y que estaba drogado, en la acción de una de las policías -una mujer blanca y con “sonrisa profident”- que no dudó en disparar hasta matar a aquel hombre, cuyo único delito era que su vehículo se había detenido -averiado- en un mal lugar y que nunca reaccionó con ninguna clase de violencia a la presencia de la policía, y se mantuvo con las manos en alto mientras apuntado con varias armas por varias personas.
Lo siguiente que se puede observar tras que el hombre, con ambos brazos levantados, caminase hacia el coche -con absoluta tranquilidad- es cómo cae al suelo, muerto a balazos por… ¿por qué? Imaginemos que no son policías, esos 4 personajes que están apuntado con sus armas (en superioridad numérica y una muerte asegurada en caso de que intente algo) y que son ladrones que le piden que saque su cartera del coche. ¿Le habrían disparado? ¿Por qué? El caso es igual de dramático. Al final, siempre queda un “por qué” que no es mera retórica: realmente nadie tiene ni la menor idea de por qué coños esta tipeja -de nombre Betty Shelby– mató a balazos a Terence Crutcher, que ese es el nombre de la víctima esta vez (en estos momentos, ya no tiene el triste récord de ser el último hombre desarmado asesinado por la policía en USA, pero eso lo dejaremos, de momento).
¿Quién era Terence y qué hacía en ese lugar? Pues Terence era un hombre negro -casualidad- que vivía en una localidad de Oklahoma, USA, que es tristemente conocida ya por un incidente similar: Tulsa. En esta localidad, sucedió también a manos de otro policía el asesinato de Eric Harris (no confundir con el autor de la masacre de Columbine) cuando el armado brazo de la ley, confundió un TASER o pistola eléctrica con su arma (a pesar de ser una Smith & Wesson 357, cuya forma es la de un revolver y no la de una pistola de cargador) y le metió un poco de plomo a bocajarro y en la espalda, a un hombre de raza negra -casualidad, no penséis mal- desarmado. Eso sí, tuvo la decencia de exclamar -para la cámara- unas sentidas palabras: “ahí va… que me he confundido de arma, lo siento, eh?”. Finalmente este madero usano fue condenado por homicidio, y no fue otro de los tantos que se libran -jueces mediante- tras ejecutar a algún ser humano.
En este caso, la asesina de impecable sonrisa, no fue detenida en el momento. No. De hecho, tras matar a tiros a Terence (vean las imágenes), su preocupación así como la de los 4 policias presentes, no es ver cómo está el hombre abatido sino que se agrupan para -con sus cuerpos- evitar que la cámara del coche policial tome imágenes que puedan serles perjudiciales, dando incluso la impresión de que tienen perfectamente ensayado “cómo hacer las cosas sin que puedan ser grabadas”. La policía, que le mató sin motivo alguno, abandona la escena de espaldas, sin dar la cara a la cámara del coche en ningún momento y sabiendo que estaba colocado perfectamente tras ella, siendo ayudada por otro “compañero” policía a ir marcha atrás hasta salir del ángulo de visión de la cámara. ¿A alguien le parece ese el comportamiento de alguien que no tiene nada que ocultar y que está al servicio del ciudadano?
Como digo, Betty Shelby no fue arrestada y fichada inmediatamente, sino que se le permitió irse a casa, a pasar una semanita con su marido y familia, antes de que se le aplicase la ley como al resto. Resulta especialmente interesante hacer notar una cosa -morbosamente, enfermizamente interesante- en este punto: su marido, su pareja, bien podía consolarla ya que estuvo presente en el desagradabe suceso… opinando -desde el helicóptero- sobre el “mal tipo drogado” que sus compañeros tenían delante. Sí, el marido de la asesina Betty Shelby era el amable policía que -desde el aire- era capaz de conocer a alguien y de detectar que se encontraba drogado, y así lo advirtió a sus compañeros haciendo gala de la habitual drogofobia de la policía, justo antes de que lo abatieran a balazos. Ah, se me olvidaba, a la vez que el plomo, también le dispararon con un TASER, pero esta vez no se equivocaron o, al menos, no dijeron eso de “jo, hemos matado a alguien, lo siento” que debió de popularizar el anterior homicida.
Al final, todo se reduce a un hombre negro -como otros tantos…¿no?- que iba a clase de música porque cantaba en el coro de su iglesia y al que la policía -siempre una blanca mano detrás- ejecuta a tiros para protegernos a los demás, porque ya saben que el color negro es contagioso.
La policía alega como defensa que han encontrado PCP -esa mítica y nada frecuente droga- en el coche de la víctima, pero eso parece estar mediado por antiguos antecedentes que este hombre tenía en su juventud y pasado, y sacado a colación -en un entorno moralista e hipócrita como el usano- a fin de enturbiar el asunto de alguna manera. Pero da igual, da igual todo lo que digan o prueben; la ejecución de un ser humano desarmado a manos de 4 policías que actuaban coordinados con ayuda de un helicóptero, está grabada en vídeo y aunque Terence llevase todas las drogas del mundo en su cuerpo, no existe un sólo motivo que justifique su asesinato por parte de la policía y eso queda visible a los ojos de todo el planeta.
Pero nos muestra, y en repetidas ocasiones en esta ocasión, la brutal drogofobia con la que la policía de USA trata a la población y cómo es la excusa preferida por parte de policía y fiscales para justificar la ejecución de algún ser humano desarmado. No sólo en USA ha sido utilizada la excusa de que una víctima de la policía -muertos a manos de un agente- había consumido tal o cual droga, como si eso pudiera justificar cualquiera acción empleada contra la víctima. Ese fue el caso en el asesinato policial de Juan Andrés Benítez, a manos de los mossos en Barcelona, cuando se argumentó que el asesinado tenía un comportamiento “extraño” que justificó el empleo de la fuerza para reducirle, cuando había sido él mismo quien solicitó la presencia de la policía para resolver una disputa con otra persona. La autopsia dejó claro que, si bien era cierto que había restos de cocaína en la sangre del empresario gay asesinado, carecían de entidad para explicar ningún tipo de reacción o efecto, aunque fueron añadidos -en un burdo intento de encontrar explicaciones favorables a los responsables- como uno de los posibles motivos “conjuntos” que habían causado su muerte, junto con una antigua “enfermedad cardíaca”, el que se le pusieran encima reduciéndole el peso de varios policías y las hostias -que todos hemos visto y no olvidamos ni perdonamos- que le llovieron. Para rematar el asunto, cuando el juez quiso comprobar si eran los policías los que estaban drogados, todos sufrieron un ataque de piojos y ladillas, que les obligó a afeitarse el cuerpo entero (hasta las ingles brasileñas les hicieron, vamos) de manera que cuando se presentaron ante la forense para que se les realizase un análisis que revelase qué drogas habían consumido, ese análisis no se pudo realizar como se esperaba, por falta de pelo de los agentes encausados por este asesinato. «Donde hay pelo, hay alegría» reza el clásico refrán, pero ya nos recuerda la canción que “mucha, mucha… policía”, así que todos a raparse juntitos para no dar la cara ante la justicia. No sólo en USA la policía sufre drogofobia, también en la presunta República Proindependiente de Cataluña.
Como decíamos al inicio, por desgracia, esto de los hombres -casualmente negros y desarmados- asesinados por la policía en USA va demasiado rápido (ya pasan de 100 en lo que va de año) y en este momento, el último muerto a manos de la policía se llama Keith Scott, y era un hombre -casualmente negro, otra vez más con esa moda tan “trendy & cool” de la madera americana- y que estaba esperando a su hijo dentro del coche, ya que sufría un daño cerebral que le impedía estar al sol. Del coche, la policía recuperó un arma corta en su funda, que la víctima no portaba cuando fue disparada 4 veces. También recuperó la chusta de un porro de marihuana. Ambas “pruebas” para ayudar a entender su asesinato, han sido presentadas al público de forma conjunta. Bueno, conjunta pero con la marihuana (la chustilla del porro) por delante en el texto.
¿Drogofobia? Qué va.
Casualidad.