Películas y drogas: Amigos para siempre. Celuloide, Lsd, cocaína, marihuana y todo lo que haya en el botiquín. Una fiesta que ahora se celebra con un libro fundamental: «Celuloide alucinado«. Bienvenido al cine que altera tu conciencia.
De «Easy rider» a «Trainspotting», pasando por «Drugstore cowboy«, «Teniente corrupto«, «El almuerzo desnudo», «Miedo y asco en Las Vegas», «El precio del poder», «El Lobo de Wall Street», la lisergia de los años setenta o los colocones vintage de la década de los treinta. El cine y las drogas siempre han sido una pareja feliz, igual que el cine y el terror, el sexo, la risa o el rock´n´roll.
Acaba de editarse un libro estupendo sobre el tema. Se titula «Celuloide alucinado: Los estados alterados por drogas en el cine posmoderno» y lo edita Shangrila Ediciones. Recorre, con precisión de cirujano y sapiencia de chamán, una cronología imprescindible donde cine y drogas han convivido en alegre colocón, mezclando cinéfila galopante y mayor erudición.
Su autor, José Ramón García Chillerón, llega a la entrevista con ganas de soltarse la lengua. Es hora de poner en marcha la grabadora.
Películas, drogas y colocones
José Ramón, ¿cómo surgió la idea del libro?
En un texto que escribí hace más de una década como trabajo fin de master para un curso de cine de la Universidad de Valladolid. En aquel texto seminal, lo que se planteaba era cómo el lenguaje audiovisual utiliza sus recursos sintácticos y semánticos para plasmar en pantalla los efectos que las drogas producen en la percepción del que las toma. Posteriormente, también realicé mi tesis sobre este tema. En mi caso, el estudio de la relación entre cine y drogas es una obsesión desde hace años.
En tu libro, no falta ni un dato ni una película. Es impresionante.
(risas)… ¡Gracias! El libro establece un recorrido que, en ningún momento tiene una voluntad enciclopédica, sobre las diferentes formas en que el Séptimo Arte, desde sus inicios hasta el día de hoy, ha intentado representar los estados alterados de conciencia. Asimismo, con el asentamiento definitivo de la posmodernidad, a finales de la década de los setenta, el lenguaje cinematográfico adquiere una autoconsciencia plena que le permite indagar en mayor profundidad en su manera de exponer los efectos de las drogas.
Marihuana y morbo
En los años treinta hubo una explosión de películas sobre el tema: «Marihuana», «Cocaine fiends», «Reefer madness», «Narcotic«…
Sin duda. La imposición del Código Hays, que aunque no se aplicó de manera estricta hasta 1934 ya se había aprobado en 1930, fue la consecuencia directa de la proliferación de películas «exploitation» en esa década. Los llamados «cuarenta ladrones», cuyo representante más célebre fue Dwain Esper, aprovecharon el morbo generado por las numerosas restricciones impuestas por el Código para sacar en sus películas todo aquello que los films de Hollywood no podían ofrecer a un público ávido de imágenes prohibidas y establecieron un potente circuito de sesiones itinerantes que se extendió por todos los Estados Unidos.
Hierba, motos y Vietnam
Uno de los títulos más emblemáticos del «celuloide alucinado» es «Easy rider«, ya en los años sesenta.
Es una película muy importante, tanto a nivel cinematográfico como sociológico. En España se tituló «Buscando mi destino» y la dirigió Dennis Hopper en 1969. Es un clásico absoluto del género.
A nivel de estudioso, ¿qué le hace tan importante?
Es sencillo. Por un lado, la buena acogida que tuvo en el Festival de Cannes fue la que hizo posible que la industria abriera sus puertas a los jóvenes barbudos que impusieron esa quimera artística conocida como «New Hollywood». Por otro lado, «Easy rider» es una película sobre el fin de los ideales de paz y amor promulgados por el hipismo durante los sesenta. Digamos que es el equivalente en ficción cinematográfica al documental «Gimme shelter» (1970), de Charlotte Zwerin y Albert y David Maysles. El uso de drogas durante el rodaje era constante. Recordemos que Hopper, Fonda y Nicholson eran psiconautas muy activos en aquella época y ya habían coincidido en «The trip» (1967), de Roger Corman. De hecho, la famosa secuencia del viaje lisérgico en Nueva Orleans fue rodada con los actores y el equipo puestos de ácido. Y se nota.
Si hablamos de rodajes complicados, el de «Apocalypse now» de Coppola ya es leyenda.
Sí, fue tremendamente complicado, aunque finalmente fue un afortunado desastre porque las vicisitudes sufridas durante el rodaje llevaron al equipo a ese grado de desesperación que tan magistralmente transmiten las imágenes de esta obra maestra.
Hay un documental de 1991 que retrata a la perfección todo lo que fue aquella locura.
Y tanto. Quien quiera saber lo canutas que las pasaron Coppola y su equipo tiene que ver el magnífico «Corazones en tinieblas» («Hearts of darkness: A filmmaker’s apocalypse»), de Fax Bahr, George Hickenlooper y Eleanor Coppola. Además, «Apocalypse now» es una de esa películas que se presta a lo que el crítico J.Hoberman llama «a stoned contemplation of the big screen», es decir, que la intensidad de sus fotogramas la convierte en una experiencia audiovisual ideal para afrontarla colocado.
Lisergia y psicodelia
En los años setenta, las películas sobre el tema se centraron más en la lisergia y la psicodelia. ¿El cine siempre ha retratado las drogas que más se consumían en ese momento?
No creas… La época más lisérgica en el cine son los años sesenta, que es el momento en que se impuso el consumo de LSD a un nivel más popular. Durante esa década, si bien hay excepciones como las películas de Ken Russell que siempre tienen un marcado tono psicodélico y secuencias sueltas como la de la ingesta masiva de ácido en «Hair» (1979) de Milos Forman, hay una época oscurantista en lo que se refiere a la representación de las drogas en el cine y la heroína se impone como protagonista de una serie de melodramas de temática yonqui, como «Nacido para ganar» (1971) y «Pánico en Needle Creek» (1971). Efectivamente, las películas han tendido a retratar las drogas que estaban más en boga en su momento.
Los 5 jinetes del apocalipsis
Ya para terminar, y como experto, ¿nos recomiendas tus cinco títulos favoritos del género?
Claro que sí, pero déjame que piense… Apunta. La primera sería «Narcotic» (1933), de Dwain Esper, por la enloquecida «drug party» que, vista desde los ojos de un espectador posmoderno, se transforma en una obra maestra de la comedia involuntaria. La segunda es «Chappaqua» (1966), de Conrad Roooks, la perfecta síntesis fílmica de la psicodelia propuesta por la contracultura de los años sesenta. Por supuesto que no puede faltar la grandiosa «El almuerzo desnudo» (1991), de David Cronenberg, que consigue trasladar a imágenes la inadaptable novela de William S. Burroughs y además logra fusionar la inmensa personalidad del escritor con la suya propia.
Te faltan dos.
Sí, ya las tengo. No puede faltar «Miedo y asco en Las Vegas»(1998), la mejor adaptación que se ha hecho nunca de una obra literaria. El estilo excesivo de Terry Gilliam se amolda a la perfección a la desquiciada prosa de Hunter S. Thompson y el resultado es una obra maestra perturbadora. Y para cerrar este top-5, «Una mirada a la oscuridad« (2006), donde Richard Linklater te invita a introducirte en la mente de un adicto a la sustancia M.
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