Sin la necesidad de demostrar nada a nadie, ni de aproximarse a la perfección -esa obsesión que achaca al tiempo que nos ha tocado vivir-, el músico, compositor y productor abulense Gustavo Redondo ha decidido remontarse a la infancia para su nuevo trabajo de estudio. Esa etapa de felicidad y liberación de la que su paisano, el escritor Miguel Delibes, decía que era su patria. Crecer sí, madurar también, pero sin dejar que muera ese ser diminuto y curioso que nos desafía a asumir retos en determinados momentos.
Que hayan proliferado tantos estudios caseros -“home studio”- con un sonido no tan depurado y preciso, ¿es beneficioso o negativo para la música?
Lo de los ‘Home Studios’ es un arma de doble filo: por una parte, está bien que todo el mundo tenga derecho a grabar sus canciones y publicarlas en una cuenta de Bandcamp; tampoco nos vamos a poner talibanes con ese asunto, faltaría más. El problema está, en que no hay un filtro de calidad, y salir a la superficie es muchísimo más difícil porque, directamente, la cantidad de información es abrumadora.
¿Eres más partidario de trabajar en analógico, en digital o en ambos formatos?
A la hora de trabajar, me gustan los dos formatos -pertenezco a esa generación-. Aunque mezclo en digital, mi intuición y las técnicas que utilizo siempre me llevan a grabar con ‘pensamiento analógico’. El 70% de los instrumentos y micrófonos que utilizo en mi estudio son “vintage”, y todas las señales las grabo con previos analógicos antiguos, y eso te da un color y cuerpo muy interesante a la hora de captar la toma. También utilizo muchos recursos para dar autenticidad a mis grabaciones, como reamplificar los sonidos más ‘digitales’ para darles carácter y poner micros de ambientes por toda mi casa para que parte de la “reverb” sea natural. Después, cuando tengo todo captado, me encanta mezclar en digital, es más cómodo y los “plug-in” son una maravilla, está todo muy conseguido. Creo que estamos en buen momento a ese nivel: con el tiempo, y después de haber pasado por muchos años de búsqueda y ensayo/error -que yo, por mi edad, afortunadamente no he vivido-, hemos conseguido un equilibrio muy interesante entre la grabación analógica y digital.
Un dato que llama poderosamente la atención es que en tus álbumes hayas decidido asumir la totalidad del proceso, desde la composición de las canciones hasta la mezcla, pasando por la grabación de todos los instrumentos y la producción. ¿Por qué has tomado la decisión de no delegar en nadie estas tareas?
Es una decisión que no tomé de la noche a la mañana, empezó siendo por una falta de presupuesto -el mío se lo lleva todo la compra y mantenimiento de equipo- y porque mi estudio está un poco apartado como para improvisar con agilidad con los músicos que me gustan, que están siempre hasta arriba de trabajo. Aunque cuando estoy grabando un disco siempre hay un punto -muy importante- de disciplina, me muevo bastante por impulsos, y, gracias a que tengo el estudio en casa, puedo elegir los momentos en los que creo que puedo trabajar sin presión para sacar algo positivo de un estado de ánimo en concreto. Es fantástico, porque según me levanto, ya sé si ese día tengo la mente nítida y soy consciente si la jornada puede ser fructífera o un desastre.
En España existe una cierta tendencia a subestimar lo propio al tiempo que se sobreestima lo ajeno independientemente de que el artista o proyecto sea solvente y merecedor de dichos elogios. ¿Por qué crees que se encuentra tan extendido este prejuicio en nuestro país?
Desgraciadamente, subestimar lo que poseemos se ha convertido en la especialidad de la casa. A día de hoy, todo va tan rápido que asusta: parece ser que necesitamos pequeños estímulos constantemente, nos están haciendo ver y creer que lo ideal está en la perfección, y no hay cosa más estresante -si la buscas- y aburrida -si la encuentras en una revista, por ejemplo-. Sigo sin explicarme por qué la sociedad va encaminada a buscar la perfección, es aberrante como se truca todo hoy en día: desde los cuerpos hasta la música. Así nos pasa, que se están destrozando muchas cabezas. Como nos siga llamando más la atención las cosas ‘perfectas’ que las cosas con carácter, mal vamos.
Buena parte de los títulos del álbum “Gigantes & Diminutos” responden a aspectos relacionados con la infancia, de la que pensadores como Rilke, Saint-Exupery, Baudelaire o Delibes han dicho que es nuestra patria.
Llevo toda mi vida viviendo en un pueblo de Ávila -Pedro Bernardo-, y, vaya, que mezcles en esta pregunta a Delibes y la infancia no es que me alegre, es que me das en el clavo. Aquí te podría presentar a bastante gente que podrían haber sido personajes de sus libros y no es lo más brillante, pero con el tiempo te das cuenta de que tiene un punto de autenticidad que mira, está muy bien. Son complejos que te vas quitando con el tiempo, y, si haces caso de todo lo que te cuentan, tiendes a pensar que los que nos hemos criado de esta forma más ‘salvaje’, hemos tenido una infancia peor, pero yo no me puedo sentir más afortunado por haber crecido de esta forma. Siempre me he sentido -y me han hecho sentir- libre, nunca he tenido hora y hemos crecido de una forma muy sana, aunque haya sido a base de peleas de piedras -literal- y de pegarnos porrazos con la bicicleta. Me da un poco de pena porque eso creo que se está perdiendo, ahora parece que hay que ser perfecto -sí, volvemos al tema- y estamos perdiendo un punto importante de autenticidad y lo que más me preocupa, libertad. Y con esto, no hablo de ir vestido por la calle de monje tibetano para marcar la diferencia, hablo de que cada uno es como es y parece que con esta tendencia a la perfección, todos tenemos que hablar siete idiomas, tener tres carreras, pilotar una nave espacial, cocinar como Ferrán Adrià, hacer deporte y escribir poesía.
¿Cuál es tu opinión al respecto del “fenómeno James Rhodes” y su intento por hacer accesible la música clásica a un público “mainstream” frente a su actual intelectualización?
Para mí, la intelectualización o la ‘apropiación’ de cualquier arte, siempre me parecerá una estupidez y un ejemplo de egoísmo. El que quiera marcar la diferencia apoderándose de algo o haciendo ver a los demás que él/ella ‘ve más allá y nosotros a ese ‘allá’ no llegamos’ es dos cosas: para empezar, estúpido, y seguramente tenga una falta de personalidad importante y un egocentrismo bastante desarrollado -parece mentira pero estas dos últimas características tienen más en común de lo que parece-. Evidentemente, cada uno entiende de una cosa con más certeza, pero para mí, esto no va de marcar la diferencia, lo ideal sería que nadie se tuviera que sentir especial por hacer algo en concreto. Por lo general, si hay autenticidad, siempre tendrá algo que aportar. Otra cosa sería hablar de la idiotez, pero no es el mismo tema. Por eso, me parece genial y necesaria la existencia de pianistas -intérpretes, en este caso- de música clásica que se salen de lo estándar. A mí -sin generalizar, por favor-, los virtuosos me dan miedo y la apología extrema de cualquier disciplina, también.
Fotógrafo: Alejandro del Estal