Por Drogoteca.
«Cuando el pediatra diagnosticó a nuestro hijo ‘Trastorno por déficit de atención e hiperactividad’ o TDAH, nos costó creer que su comportamiento fuera tal que llegase al grado de patología que necesitase ser medicada con fármacos. Pero ahí estábamos en una farmacia de guardia, comprando un bote de anfetaminas, la droga de los yihadistas, para dárselas a nuestro hijo de 8 años». Este fármaco contiene fenetilina, que es una molécula que une otras dos -anfetamina de la de toda la vida, y teofilina del té- y se ha usado en los países de influencia musulmana de la misma forma que nosotros en España, para tratar a niños con THDA.
«Mi hijo era un niño como los de su grupito, tal vez algo más despistado. A veces parecía que no te escuchaba y que estaba en su mundo, y otras veces parecía incapaz de recordar una secuencia de órdenes simples. No éramos capaces de saber -su padre y yo- si nos estaba tomando el pelo o si, por el contrario, estaba sufriendo algún tipo de problema que le hiciera comportarse de dicha forma. Era un niño muy despierto, revoltoso incluso, pero feliz en líneas generales.
De hecho, si no hubiera sido por las notas del colegio -y las quejas de aquella profesora sobre que estaba molestando mucho en el aula- no hubiéramos acudido a un especialista, que le diagnosticó ‘Trastorno por déficit de atención e hiperactividad’ o TDAH, y le recetó el mismo fármaco ahora conocido como la droga de los yihadistas.»
Esta narración, que podría parecer ficción a un ojo poco entrenado, me la daba una persona este fin de semana al contarme el proceso que siguieron -ella y su pareja- para tratar a su hijo, que había sido diagnosticado (con mejor o peor acierto, no voy a entrar en ello) de TDAH. La madre del niño, una profesora universitaria de Literatura, contestaba con esa historia a mi comentario -durante una sobremesa- de lo absolutamente vergonzoso que era el uso que estaban dando a la información científica, orientándola y presentándola de forma totalmente desvirtuada o tendenciosa hasta el punto de borrar la información real y dejar en la mente del lector un titular maliciosamente ideado.
El asunto, esta vez, comenzó el día antes del atentado de Barcelona y Cambrils de agosto de 2017. Al menos la noticia real que no tiene nada que ver con lo que luego han contado. La noticia original es la publicación de un estudio el día 16 de agosto en la revista Nature, sobre una forma de comprobar las activaciones producidas por las sinergias de dos fármacos activos al mismo tiempo, mediante una especie de “vacunación de anticuerpos” en ratones especialmente preparados para dicho estudios. Esta, y no otra, es la noticia en sí. Y ya.
¿Qué tiene que ver entonces toda esta historia con yihadistas y la neodroga de este verano -ni zombi ni caníbal- ya conocida como la “DROGA YIHADISTA”? Pues una simple casualidad farmacológica, que nada tiene que ver con la tendenciosa presentación que han dado los medios, y es que la sustancia que usaron para dicho estudio es una pro-droga conocida como fenetilina, y que es una molécula que une otras dos: anfetamina de la de toda la vida, y teofilina del té.
Esa molécula es la que en los países de cierta zona de influencia musulmana se ha usado farmacológicamente de la misma forma que nosotros hemos usado -y usamos con niños a día de hoy- nuestras anfetaminas. Eso es todo. El nombre comercial -uno de ellos- es Captagon, y es el nombre dado por el laboratorio. Así que cuando alguien -en esos países- quería estar más despierto pues buscaba “Captagon” de la misma forma que en España buscamos “Elvanse” hoy día, o “Centramina” o “Dexedrina” hasta la década de los 90. No tiene más misterio.
Quien sea curioso se podrá preguntar qué sentido tiene unir dos moléculas de dos sustancias para hacer una sola, como ocurre con esa droga bautizada como “Droga Yihadista” y, lejos de explicaciones “mágicas” que crean superpoderes en luchadores sobrenaturales y monstruos sacados de la peor pesadilla, el motivo es influir sobre la velocidad de absorción del compuesto (o de ambos), su duración en el organismo y el proceso de metabolización. En concreto, porque la teofilina -como ocurre igual con su prima hermana, la cafeína- ralentiza el mecanismo de eliminación metabólica del compuesto, con lo que se mejora su perfil farmacológico orientado a usos médicos.
Ese hecho, que las metil-xantinas como la teofilina o la cafeína ralentizan el metabolismo de las anfetaminas no es algo nuevo (como el “Captagon”, fármaco muy viejo ya) y no sólo lo saben en el mundo musulmán: el ‘speed‘ que se vende en España es sulfato de anfetamina con cafeína, o dicho de otra forma, la “droga yihadista” pero sin comprimir en pastillas. Y sólo vale 20 euros el gramo, en la calle y al por menor. Todos los camellos de estimulantes del país, venden o han vendido “Captagon Español”: cría yihadistas para que se vuelvan NI-NI’s!!
Pero no crean que sólo ellos. La nueva anfetamina que existe en el mercado legal español, “Elvanse” de marca y lisdexanfetamina de nombre, no es más que una molécula de anfetamina pegada a una de lisina. ¿Potencia su efecto? Qué va!!
Potencia el precio que pueden cobrarle a los padres de los niños que se lo recetan: el bote de 30 pastillas de 30 miligramos, el de 50 miligramos y el de 70 miligramos valen lo mismo…. porque el robo no está en el coste de la sustancia, sino en la trampa de la patente.
De hecho, esa pro-droga que es el “Elvanse”, a quien más beneficia por ser la unión de dos sustancias que se liberan en el cuerpo del usuario, no es a quien la toma sino a la farmacéutica que la vende: sin esa patente, no podrían cobrar ni 20 euros por caja…
Es decir, una vez que observas el asunto, la “droga yihadista” no es otra que la que venden para los niños diagnosticados con TDAH en España. Bueno, le faltaría la teofilina así que basta con darle un poco de té (verde o negro) a tu hijo -medicado con “Elvanse”- para que se convierta en yihadista y os ejecute (a toda la familia, salvo a quien acepte convertirse) la próxima luna llena, por infieles.
¿Y qué más pasó? Pues lo que pasa siempre; por un lado que en el verano la prensa tiende a inventarse una droga al año y este año no habían cumplido aún y, por otro, que, al mencionarse algo que tenía relación -aunque sea ficticia, como demuestran los estudios– con el terrorismo islamista, el interés se dispara.
Los medios hispanos, del “ABC” a “La Voz De Galicia”, contaron la película como les interesaba -más tras el atentado- para conseguir visitas y para poder seguir dando esa imagen totalmente falsa y distorsionada de la realidad. Volvimos a ver -en la prensa generalista basurero- historia épicas sobre sustancias que son capaces de hacer que decapitar seres humanos te sea placentero o relajante, o que vuelven superhombres a quienes las toman. El resto, lo completa el periodista medio español: como nadie puede comprobar nada, me invento lo que sea (un saludo desde aquí a Lucas de la Cal). Y ya la cosa pasa a novela, cuando te cuentan cómo se la dan forzada a los combatientes para convertirles en monstruos que matan ciegamente.
¿Nadie puede poner un poco de cabeza en tanta tontería? Me hubiera gustado contestar a esto que sí, pero para mi fue una enorme decepción encontrarme una publicación -presuntamente de corte científico o sanitario al menos- llamada “Redacción Médica” con la peor información de todas.
Ellos -al menos en teoría- deberían estar preparados para coger el estudio (como he hecho yo) y leerlo antes de escribir sobre ello. Si lo hubieran hecho, hubieran visto que su titular de “Crean una vacuna contra el Captagon, la droga yihadista.” era falso: no es una vacuna como las entendemos en los humanos (es sólo una forma de explicarlo) sino una herramienta de investigación, no se buscaba crear una vacuna contra el “Captagon”. El hecho de que el compuesto sea el que es usado en decenas de países de mayoría musulmana es sólo una casualidad explotada ahora, ya que el estudio fue realizado hace años, se cerró al completar su recorrido y -como parte de la forma de ganarse la financiación del próximo estudio- fue enviado a una revista para su publicación. Eso ocurrió (el envío) en enero, se aprobó unos meses después y salió publicado ahora (en el verano también hay que rellenar páginas, podríamos decir, porque lo más interesante no se publica en estos meses). Pero cuando han preguntado a los investigadores, estos no han dudado en “acomodarse” a las preguntas de los “preocupados periodistas”.
Como podéis ver, de la realidad a la ficción solo hay que torcer algunos datos y dar otros, mientras se callan los importantes. En este caso, esta noticia ha sido una más de las que ha venido a echar leña al fuego en España durante todos los sucesos relacionados con el atentado de Barcelona y Cambrils. Se ha intentado contarle a la población -comprensiblemente nerviosa y asustada por los hechos- que existe una clase de terroristas que usan drogas mágicas capaces de atrocidades masivas, e incluso se ha acuñado un nuevo término (al menos en su uso) que es “farmacoterrorismo” y que en el futuro servirá para que la gente siga siendo asustada desde la prensa generalista, sin motivo real.
La cosa de la desinformación en la prensa general, me ha hecho ver estos días a gente equiparando Islam y terrorismo, anunciándolo gloriosamente en Twitter. Sí, ya sé que es un cuñao hablando de un tema que desconoce hasta en los términos más básicos y no un experto en “Historia de la Religión”. Pero no sólo personajes sin demasiada preparación me han mostrado, estos días, reacciones totalmente cafres. Hace unas horas, un buen amigo -dentista con dos carreras- me ha dicho que “si me sentía orgulloso de mi bello trapo”, en referencia a la imagen de una camiseta que uso. La camiseta en cuestión -una de las más vendidas a los turistas en Marruecos y que yo tengo desde hace meses– comete el pecado de mostrar en bellas letras (de un idioma distinto al nuestro, eso sí…) una frase: “Me gusta el arte árabe”.
Cuando estas reacciones -injustificadas e ignorantes- se producen en personas que, por su formación deberían aportar criterio en lugar de desinformación, me asusta y preocupa. Así que pediré perdón, por no confundir Islam y terrorismo, por no criminalizar a un grupo étnico o religioso por lo que unos tarados hagan en su nombre, y por tener la desfachatez de que -siendo español- me guste el arte árabe, pero no el fútbol.
Es más, como tenía que rematar este texto he tomado un poco de “droga yihadista” para mantenerme despierto -de esa que venden los camellos de calle y los camellos de farmacia, en España- y no me he dado cuenta de ello antes de tomarme un té. La mezcla de las drogas ya empieza a hacerme efecto y estoy pasando de ser un agnóstico, pacífico y algo troll, a un peligroso fanático religioso inspirado en la “yihad farmacológica” y en el más actual “farma-terrorismo islamista. Pido perdón también por ello, por si me da por matar a alguien esta noche en nombre de alguna deidad o ideal… ¿eh?
Si pretendemos luchar contra el fanatismo ignorante y terrorista – de corte religioso o de cualquier otro tipo- y lo hacemos con una prensa cuya primera víctima es la verdad, no llegaremos lejos.