Benito Díaz
La serie de documentales “Rotten” (Podrido) ha abierto un espacio para el debate alrededor de la industria alimentaria. Su propuesta ofrece información muy detallada sobre cierta clase de comida que tenemos a nuestra disposición en cualquier comercio, pero sobre la cual no sabemos casi nada.
La procedencia del chocolate que consumimos, los daños medioambientales que supone la ganadería o la sequía y desertización que conllevan los cultivos de Aguacate, que ya han ocasionado cientos de muertes en México o en Chile, son algunos de los temas que abordan estos reportajes de una hora de duración.
En su segunda temporada, tras analizar el mercado internacional del vino o el de la miel, Rotten enfoca la producción de comestibles de cannabis. Afirman que “los consumidores ya no comen para alimentarse, sino para colocarse. El camello de ayer es el chef de hoy”.
Gominolas, galletas, brownies, macarons y chocolatinas
El documental se desplaza por varios lugares del mundo como Ámsterdam (Holanda) y varios estados de EEUU donde la marihuana es legal, terapéutica, recreativamente o ambas.
Los datos no mienten. En 2017, solo un 6,6% de los estadounidenses mayores de edad había consumido comestibles. En 2012, las ventas de comestibles alcanzaban cifras de más de 4.000 millones de dólares. “La gente que no fuma habitualmente se encuentra a gusto con los comestibles. Son familiares y no producen humo, que se relaciona con problemas de salud”, afirma la periodista cannábica Mona Zheng.
Durante su visita a la Venecia del norte, visitaron distintas reposterías donde ofrecen multitud de productos como puedan ser bombones, tartas, caramelos y todo tipo de dulces “infused” con cannabis. Esta clase de comercios busca ofrecer un producto único y delicioso.
El lado malo
Los juicios al mercado de comestibles de cannabis tocan cuestiones como la extracción de cannabinoides por parte de personal no-cualificado o que trabaja en la clandestinidad. Además, el control sanitario y los exámenes químicos, necesarios para llevar a cabo un buen etiquetado con los porcentajes correspondientes ajustados e invariables, no son fáciles de encontrar. “El reparto de los cannabinoides debe ser homogéneo. Si produces 1.000 unidades de galletas de chocolate, todas deben tener el mismo porcentaje o aproximado”, afirma una empresaria de Oregón.
El documental aborda problemas de dosificación que existen en la administración oral del cannabis, a veces, por puro desconocimiento de los consumidores.
El cannabis ingerido tiene un efecto más potente que el inhalado y tarda más en notarse, aproximadamente entre 30 minutos y una hora. En muchos casos no se tiene en cuenta el historial personal del consumidor y no existe un etiquetado correcto donde referirse a porcentajes fiables.
Al inhalarse, el THC pasa al torrente sanguíneo de inmediato, produciendo sus efectos en el cerebro de forma rápida. Al ingerirlo, el alimento pasa al estómago, donde es procesado y dirigido al hígado, donde es procesado de nuevo. El THC metabolizado pasa a convertirse en II-Hidroxi-THC y dirigido con toda su potencia hacia el sistema nervioso y el cerebro. Así, el efecto es más intenso, duradero y tarda más en actuar.
La dosis de THC para personas no-consumidoras puede estar alrededor de 10-30mg, siempre teniendo en cuenta el historial individual. Debido a esto, son frecuentes los “amarillos” en personas sin experiencia, al ingerir una dosis superior a la recomendada para su caso.
El filme también aborda el peligro de la no-intervención del gobierno federal, que tampoco ofrece una regulación para todo el país y deja en manos de laboratorios privados el control de calidad. Esto produce que se falseen resultados y que la confianza en esas pruebas se reduzca.
Cannabis “medicinal”
“Existe una parte de la comunidad médica que piensa que la marihuana medicinal solo es un salvoconducto para la marihuana recreativa. Ningún medicamento ha tenido el tratamiento que se le está dando a la marihuana”, afirma la médica pediatra Gillian Santon. También reclama atención para los niños, al promocionar una industria que crea productos que pueden ser muy atractivos para los menores. “No creo que haya muerto nadie por consumir cannabis, pero el cuerpo de un adulto no es como el de un niño. No vas a morir, pero eso no quiere decir que no puedas enfermar por consumir”, explica Santon.
“Se trata de un medicamento aprobado por petición popular. Si otra compañía quisiera sacar una medicina sin pasar por el marco regulatorio, las pruebas y las investigaciones, les cerrarían la empresa”, afirma otro científico.
La cinta también habla sobre el CBD, sobre el cual faltan investigaciones científicas, existen multitud de productos mal etiquetados, con dosis más bajas de lo anunciado o incluso, inexistentes de CBD, suplidos con otros cannabinoides, incluso sintéticos.
Crítica
La investigación de esta serie de documentales debemos agradecérsela a Christine Haughney Dare-Bryan, periodista especializada en temas alimentarios galardonada con varios premios. Esto dota de empaque informativo a todos los capítulos de las dos temporadas existentes hasta ahora en la cadena de pago Netflix.
“Estupefacientes comestibles”, una pieza de poco más de una hora, se adentra en el mundo del cannabis con estilo. La producción es impecable, así como la realización y el contenido del mismo.
Buen equilibrio entre las argumentaciones ofrecidas, mantenidas entre personas que aportan puntos de vista en ocasiones opuestos pero que no dejan de formar parte del mismo universo. Tanto los productores, como los científicos, médicos, policías y empresarios, son integrantes de un único tejido alrededor de esta naciente industria.
Mencionar la reflexión final acerca del lado más tenebroso de la legalización, aquel en el cual las macroempresas de alimentación, con presupuestos multimillonarios de márketing, tienen acceso legal a la planta.