Arnau Alcaide
Un equipo europeo compuesto por investigadores de universidades de Bélgica y Reino Unido, junto a la Fundación ICEERS de Barcelona, publican el primer estudio que contabiliza asociaciones de cannabis por Europa y sus características comunes de composición y funcionamiento. El subdirector de ICEERS, del inglés centro de investigaciones etnobotánicas, Òscar Parés, comparte los resultados con nosotros.
El estudio, que Parés define como una “respuesta a la falta de información sobre el modelo”, tiene precisamente el objetivo de iniciar la documentación científica implicando la perspectiva académica anglosajona en un ámbito inédito de elevada relevancia social. Hasta el momento, el tema de los CSC es “anecdótico” y el estudio resulta muy oportuno para abrir una brecha en el debate político y técnico. Se trata de “una aproximación que no se ha hecho nunca” y que llega “incluso más allá del estado español”.
Esta investigación a la que hemos tenido acceso completo se realizó vía encuesta. En ella participaron 81 asociaciones cannábicas de las cuales el 53% son españolas, el 21% inglesas y el 26% restante de otros países europeos, unas proporciones que son consideradas por Parés como “representativas” de los países con mayor presencia en Europa, si bien destaca que pueden estar “desviadas” por las limitaciones del propio equipo de investigación. Estas derivarían especialmente de la dificultad de llegar a CSC fuera de las redes de difusión del personal investigador, que no ha contado con la misma cercanía a instituciones y contactos en cada país investigado. En azul aparecen los países en los que, pese a que no se ha detectado ninguna asociación, no se puede descartar su existencia, como sí se ha hecho con los países en rojo.
“Se han desarrollado CSCs fuera de la ley, no sólo en el estado español sino por Europa”, destaca Parés como primera conclusión y más relevante. “El modelo asociativo propone soluciones imaginativas a problemas creados por las actuales políticas de drogas, que son totalmente ineficaces”, valora el investigador, que tiene claro que su existencia es posible “gracias al activismo”. Su tamaño varía entre las 6 y las 5000 personas por toda Europa, sorprendiendo que no es español, ni inglés, el CSC más grande sondeado.
Mientras que en España predomina el uso recreativo en el 84% de las personas asociadas, la cifra en Reino Unido se reduce al 57%. Tanto en Reino Unido como en el grupo del resto de países, cuatro de cada diez personas son usuarias medicinales, respecto a una y media de cada diez en España.
Requisitos de entrada a formar parte de una asociación
En España cuasi la totalidad de los clubes están registrados, mientras que en el resto de Europa, una minoría. Para ser admitido, se requiere una edad mínima en el 74% de asociaciones, seguido de que te invite una persona ya asociada (57%), uso previo del cannabis (46%), el pago de una entrada o de la cuota (31%), el registro con documentación oficial completa (24%), proximidad de la residencia (19%) o receta médica (14%), entre otros requerimientos.
Aunque no sea requisito estricto para la entrada, en el 85% de las asociaciones sondeadas se paga una cuota como forma de funcionamiento, siendo esta cifra del 91% para España, en los niveles más altos, y del 76% en el grupo del resto de países como valor más bajo. Mientras que se mantiene cerca de la media en UK (82%). La media anual del coste de la membresía en una asociación de cannabis es de 59€.
Muchos clubes europeos no dispensan cannabis
Entre las actividades desarrolladas en las asociaciones europeas, predominan las de compartir materiales informativos como carteles, noticias (91%), realizar eventos informativos (79%), cultivo y distribución del cannabis (74%), entretenimientos (67%), informar e influir en las partes interesadas (63%) y activismo y colaboración con otros CSCs (56%).
Nótese que el cultivo y distribución de cannabis no es la actividad dominante en Europa, sino la tercera, una tendencia que refleja la realidad del mayor problema percibido por estas asociaciones, que es el legal. Esto ha sido expresado con respuestas escritas, en lugar de mediante el test de opciones contabilizables de las otras cuestiones.
Pero esta realidad no es así para España, donde el cultivo y distribución sí es la primera actividad realizada con el 98% de asociaciones practicándola, frente al 59% de clubes en Reino Unido y el 43% en el grupo del resto. Esta circunstancia se explicaría por el mayor asentamiento de las asociaciones en España a nivel de activismo y seguridad jurídica.
Provisión del cannabis
Para conseguir el cannabis para la asociación, las opciones preferidas a combinar son cultivar entre todos y costear entre todos (56%), pagar a cultivadores miembros una cuota de producción (39%), acudir al mercado negro (20%) o a cultivadores ajenos a la asociación (20%). En la tabla se ven los productos que se ofrecen después en las asociaciones, ordenados de más a menos frecuentes, que son: la flor, seguido de hachises, aceites, comestibles y extractos.
Se permite consumir dentro en el 75% de asociaciones europeas, aunque muchas especifican tener áreas diferenciadas para el cuidado del personal clínico. La proliferación de clubes en Reino Unido esta última década vendría precisamente a explicarse por el relativamente reciente amparo legal a estos. En España 93% permite consumo en el interior, respecto al 65% en reino Unido y al 48% en el grupo del resto. Lo que también vendría a ser explicado por la diferente percepción y/o realidad del riesgo asociado a conductas criminalizadas en cada país. En la misma línea, los clubes españoles tienden a se más grandes y a tener personal pagado.
Una ciencia castigada por el prohibicionismo
“Cuando hay criminalización, sin una perspectiva académica ni existe ni se construye el debate. Y lo mismo ocurre desde Europa a Sudamérica a Estados Unidos. Si no se publica en inglés, es difícil que progresen conversaciones como estas. Sin la ciencia no hay financiación, ni credibilidad para que se ampare la política”, señala Parés de círculo vicioso en el que incurre el prohibicionismo. Y es que convivimos con una suerte de negación del conocimiento que extiende la moral sobre la posibilidad de mejorar la información disponible y, finalmente, realizar cambios consecuentes en la política de drogas.
“Todo planteamiento no basado en la evidencia, rápidamente es desacreditado por los prohibicionistas” e incluso así cuesta obtener el crédito de una comunidad científica que ha convivido durante años con “literatura comprada” para “confirmar el prohibicionismo”. Es decir, estudios con intencionalidad preconcebida, la de justificar la prohibición, de más bien poco rigor científico.
Origen del modelo de clubes
Parés, que ya había rastreado en otra publicación el origen de los CSCs en España (pág. 33), nos cuenta que estas asociaciones que ahora documenta por Europa se originaron mediante la “doble experiencia Cataluña-Euskadi”. “Pese a que todo empezó con ARSEC, la primera asociación al uso documentada, son los vascos mediante la Kalamundia de Barriuso quienes a finales de los 90 ponen en marcha plantaciones cuando en Cataluña se detiene por la justicia”, concluye en su primera entrevista tras este nuevo estudio.
Òscar Parés, International Center for Ethnobotanical Education, Research & Service (ICEERS)
Òscar Parés es licenciado en filosofía y antropología y tiene un máster en Drogodependencias por la Universidad de Barcelona. Se formó como voluntario y posteriormente trabajó en Energy Control (ABD), un proveedor de servicios de reducción de riesgos. También en el Programa de Abuso de Sustancias de la Generalitat de Catalunya, coordinando los programas de reducción de riesgos de la vida nocturna y la regulación de los Clubes Sociales de Cannabis. Òscar es miembro fundador de la Unidad de Políticas de Drogas de la Universidad Autónoma de Bellaterra (UAB). Actualmente, en su función de subdirector de ICEERS, Òscar promueve proyectos educativos, de reforma de drogas y de investigación sobre los Cannabis Social Clubs y es el organizador principal de la World Ayahuasca Conference.