Arnau Alcaide
“Tenemos una aproximación tan errónea al cannabis que no nos permite hacer política”. Agárrense, porque viene fuerte Kenzi Riboulet. La regulación del cannabis requiere tanto de normalidad como de novedad, una contradicción que nos planteó este investigador francés experto en plantas fiscalizadas. Afincado en Barcelona, su área de estudio conecta la normalidad que requieren los entornos locales que trabajan y utilizan estas plantas con una política de drogas a escala internacional que se mantiene atascada en el modelo prohibicionista de 1961 y que hay que renovar. Para ello, ha armonizado los objetivos de la agenda de desarrollo 2030 de la ONU, que suscriben todos los países, con cómo regular el cannabis para que contribuya a ellos.
“Hay multitud de formas de abordar el tema del cannabis y quien no es sensible a unas puede serlo a otras”. Por ejemplo, “una persona ecologista puede acercarse desde la protección de las variedades autóctonas tradicionales”, cuando no tiene ningún interés en el debate del consumo personal. Lo mismo ocurre con las políticas públicas, cuyo diseño debe contemplar ámbitos multidisciplinares para dar una respuesta holística a las necesidades. Esto, llevado al cannabis, por ejemplo, abre preguntas como por qué se controla la producción de cremas derivadas bajo la consideración de sustancias estupefacientes.
“La normalización debería ser el objetivo. Cambiar el nivel de las políticas. El cannabis quizás puede generar riesgos, pero hay que abordarlo de una forma normal, no tan diferenciada de todo lo demás, porque no es tan diferente”, reflexiona el investigador.
“Las utilidades derivadas como cremas, que no implican ningún riesgo argumentable, no pueden regularse desde la excepcionalidad de materiales fiscalizados”, apunta de la situación que bloquea todo un sector verde innovador. Además, esta excepcionalidad no puede servir para privar de la propiedad local de los cultivos de cannabis a las personas que ya trabajan la planta en mercados ilegales, sufriendo sus consecuencias, versus atomizados complejos de multinacionales capaces de integrar todas las fases de un proceso productivo de elevados costes burocráticos y de control sanitario.
La Agenda Cannabis 2030: once premisas rápidas para entender cómo regular
“El prohibicionismo va contra la reducción de las desigualdades, por sus múltiples facetas criminalizadoras que se ceban con países y grupos sociales concretos, ya previamente vulnerables. Por lo tanto, también va en contra de un sector sostenible a nivel social que integre estos objetivos. A nivel ecológico, el cultivo exterior en ciudades es positivo hacia un modelo urbano verde y la planta todavía presenta usos a investigar y mejorar”, explica Riboulet, en los que la transformación de biomasa de cannabis podría reemplazar a otros recursos no renovables y con mayores costes económicos y ecológicos de extracción.
- Criminalizar fomenta la pobreza.
- Hay que dar seguridad a las personas que ahora trabajan en mercados desregualdos, y tener en cuenta los países en vías de desarrollo que han practicado el cultivo para que sean partícipes de su comercio internacional.
- Evitar barreras de acceso a la propiedad como licencias, controles sanitarios inaccesibles o impedir comerciar la materia prima, restando beneficio al agricultor.
- Proteger la propiedad intelectual de las variedades locales para que no se expolie su imagen por alguna genética de bancos de semillas, garantizando la asociación de nombres, sabores, apariencias y efectos a zonas geográficas con soberanía sobre sus cultivos tradicionales. Es decir, algo similar a la denominación de origen.
- Garantizar el derecho a la propiedad de los cultivos priorizando a las personas afectadas por la Guerra contra las Drogas y que en algunos casos tienen conocimientos útiles que serán reconocidos en un mercado regulado. Algunos ejemplos en la práctica serían las cuotas a la propiedad, una propiedad colectiva y social, el apoyo financiero o crear capacitaciones educativas.
- Que se estudie y contemple en el uso medicinal contemporáneo, pero también se permita el tradicional bajo el amparo que recibe este tipo de medicina en sus países de origen y el reconocimiento internacional de la Organización Mundial de la Salud a las prácticas heredadas culturalmente.
- Una sanidad libre de estigma en el acceso a la atención por profesionales, formados en cannabis, con quienes se debe poder comentar cualquier hábito sin perjuicio de ser juzgados y en un ambiente propio de la normalización que sucede a la regulación.
- Sanciones a la conducción bajo la afectación, no con residuos.
- Reemplazo de proteínas animales en alimentación y otros usos alimenticios.
- Una educación en Reducción de Daños y Riesgos.
- Un enfoque de género y racial en la política de drogas.
- Desarrollar los aspectos ecológicos del cannabis como almacenador de energía o en construcción y promover la agricultura limpia.
- Una reflexión de los derechos humanos en cuestión con la actual política de drogas y la revisión de esta para su protección. Finalmente, la normalización como pilar que sujete la aplicación de estos cambios.
¿Cómo, cuándo y por qué se elaboró este estudio?
“En 2015 la ONU se propone adoptar la Agenda 2030”, firmada por todos los países, “lo que abre un período de 15 años para hacer un planeta menos horrible. Para ello hay que lograr que el desarrollo no sea solo de crecimiento económico, que sea integral de la sociedad”, explica del origen de su propuesta académica hecha libro. El principal indicador de desarrollo sigue siendo a día de hoy el PIB, el Producto Interior Bruto, que puede expresarse per cápita para señalar la media de la riqueza individual. Pero cada vez más se utilizan indicadores que contemplan la calidad de vida, ajustando esta cifra con factores como la desigualdad, el acceso a servicios o el desgaste del medio ambiente.
“Todavía hoy el tema de drogas está anclado en 1961 y no se armoniza con estos objetivos. Pero en 2016, la Asamblea General de la ONU (UNGASS) ya inicia sus recomendaciones hacia el desarrollo sostenible, aunque no exprese directamente que para lograrlo es necesario el fin del prohibicionismo. Ese es el origen de nuestro trabajo. Abordar todos los impactos negativos de la prohibición y de las opciones regulatorios que permiten este nuevo desarrollo”, narra Riboulet.
“En 2016 empezamos a trabajar y recopilar datos, a analizar la agenda de desarrollo sostenible en detalle. Formamos un grupo de gente que envía sus ideas, demandas, análisis y visiones, lo que permite un compendio de los objetivos importantes”, prosigue.
“En Viena hicimos una conferencia internacional en diciembre de 2018 y a principios del 2019 publicamos el libro en inglés. Y lo hicimos en la ONU, en una presentación de alto nivel, con el gobierno de Uruguay a nuestro favor en la sala. Explicaban que ellos ya lo estaban intentando enfocar y que estaban felices de tener una guía para ayudarse”, se congratula de la simbiosis con el primer país en regular. Presentes estaban Diego Olivera, el entonces presidente de la Junta Nacional de Drogas, y el embajador de Uruguay ante Naciones Unidas, además de un montón de diplomáticos y gente de la ONU entre el público.
“El gobierno de Uruguay nos ayudó a defender el libro y promocionarlo, para ellos fue muy importante. Es un instrumento de lobby en un lenguaje que entienden los políticos, no dicotómico de blanco o negro, que permite un enfoque para la política pública. Abordando los impactos, puedes ir mucho más allá en el contenido de la discusión con gente que digamos es prohibicionista y lo había visto solo en blanco o negro”, razona. En él, trata un montón de formas de abordar el tema cannabis, por ejemplo en la preocupación por la biodiversidad, bien sea la variedad autóctona en Nepal, o Rusia.
Madera: «El trabajo de Kenzi es sensacional»
Desde el Observatorio Europeo de Consumo y Cultivo de Cannabis, que financia la traducción, nos atiende el periodista español cannábico más conocido, Hugo Madera, que además ha aportado su toque personal al texto. «Nosotros estamos convencidos de que el cannabis será una gran ayuda para la agenda 2030 y nos parece que el trabajo de Kenzi en este sentido es sensacional y que casa al 200% con las preocupaciones del Observatorio Cannabis, como defensa de las personas, autocultivo, cultivo de proximidad, integración de minorías criminalizadas o refutar la estafa de la trazabilidad de la semilla para favorecer oligopolios de las farmas. Es un trabajo que se ajusta perfectamente a todos los libros e informes previos, por algo Kenzi es investigador asociado del OECCC. Asi que rápido nos ofrecimos a financiar su traducción, aparte varios miembros del OECCC hemos dado el último retoque al texto para afinar la traducción y esperamos que este año el trabajo vea la luz. Quiero agradecer a cannabis.es el interes que muestra siempre por nuestros informes y el gran trabajo que está haciendo por el activismo».
¿Qué grandes grupos observas en los países que practican la regulación?
“En cada lugar la política de drogas es diferente. No hay modelos referentes. La pequeña isla de San Vicente y las Granadinas en el Caribe, Tailandia o Uruguay, serían algunas sugerencias. Pero por ejemplo Uruguay tiene el registro de usuarios que es totalmente absurdo y tiene que acabar, con lo que quiero decir que cada uno de estos países tiene algo malo también”.
Preguntado por la histórica persecución en Tailandia, matiza: “Tailandia es un país muy implicado en la política de drogas y antes estaban en la persecución del cannabis y ahora escriben textos legales que van en el buen sentido, como la protección de la propiedad intelectual pública de las variedades tradicionales que nadie ha hecho”.
“Tailandia tiene un programa de desarrollo alternativo que, en vez de erradicar los cultivos ilegales, forma a los campesinos implicados y da semillas para otros cultivos. Un desarrollo alternativo orientado a la regulación del cannabis es dejarles las plantas y formarles en más calidad, y abrir ese sector a la legalidad. En lugar de cambiar, les dejas y utilizas el dinero de la regulación para dar licencias gratis, dar formación y proteger la propiedad intelectual para que accedan los locales y no se registren robos de la genética o imagen, «biopiratería», de las variedades autóctonas”.
“El caso más famoso de este fenómeno es cómo una farmacéutica registró el Kurkuma, una planta que se usa en Asia desde hace miles de años. Un día una farma gringa va a EEUU y realiza un medicamento y pone una patente, que en parte era sobre los compuestos activos de lo que es una medicina tradicional. El gobierno de India fue a juicio y pudo cancelar la patente de esta farmacéutica”.
Barreras de acceso a la propiedad de los cultivos y expolio de genética e imagen
“Si una tribu mantiene un cultivo, lo normal es que se considere suya la soberanía sobre la propiedad intelectual de la variedad de esa región. Antes estos tratados no se aplicaban y la gente iba a robar propiedad intelectual a la biodiversidad de países que eran antiguas colonias. La peor amenaza sobre esta biodiversidad han sido precisamente la colonización e industrialización. La consideración de su propiedad intelectual da derecho a las poblaciones locales”.
“Todos los bancos de semillas deberían compartir el beneficio financiero y el beneficio moral [aprovechar la imagen de una zona y estilo de vida] con la población que convive con las variedades que venden. Deberían tener un contrato que les permite trabajar con esas semillas vinculado a dar dinero o participación en el trabajo o la propiedad a las poblaciones implicadas”.
“Cualquier barrera de acceso perjudica la propiedad local de los cultivos”, el máximo beneficio de la cosecha para la población agrícola. “En inglés lo llaman red tape, cinta roja”, prosigue. “Es la imagen de la administración que te da un formulario y te tapa una parte de lo que has escrito”.
Preguntado por la regulación de la producción medicinal en México, valora que hay cuestiones económicas: “Es un mercado como otro. Ni el mercado totalmente libre, ni la cinta roja, lo que hay que encontrar es un camino entre los dos, que es complicado. Son modelos económicos nuevos que necesitan una reflexión hacia la forma de producir. Es difícil normalizar la política a la vez que se hace algo políticamente novedoso. Pero, lógicamente, hay que defender el acceso a la propiedad local”.
España, país idóneo
“Es obvio que España, y en particular esas zonas rurales del centro de la península, son perfectas para cultivar cannabis, pero para llegar ahí hay que tener políticas proactivas. Vemos que la política está desvinculada de la realidad local. Se utiliza España como terreno para desarrollar negocios sin vinculación a la estructura local y social”, lamenta.
“La agricultura normal hoy en día está bastante industrializada”, no necesita mucha mano de obra, por lo que no dinamiza tanto las áreas rurales. “Incluso vemos una tendencia hacia la contratación ilegal, un aspecto que no solo está vinculado al cannabis. El cultivo de cannabis puede tener un efecto de crecimiento económico para la población y para el campo si se incentiva la pequeña propiedad sostenible social y ecológicamente, no grandes cultivos opacos de sostenibilidad limitada”, continúa.
“En España, este potencial es más importante que en otros países de Europa, donde el clima no es tan bueno para la obtención de cannabinoides. Quizás las barreras, por el corporativismo y costumbres del sector agrícola, convierten la regulación más en un reto que para otros países”, apunta. Pero que no falte el mensaje optimista. “Como el potencial es enorme, con esta guía ya solo hace falta voluntad”.
Si el cultivo doméstico es un derecho fundamental que no puede prohibirse, ¿cómo es que esto es más bien sueño que realidad?
“Es una realidad. Puede que pendiente de aplicación. Si preguntas a jueces, todas las Cortes Constitucionales dirán que no se tiene que prohibir el uso privado, y, para ello, no se puede prohibir la posesión, pues sería una forma indirecta de prohibir el uso. De la misma manera, para poder hacer uso debes haberlo podido obtener. Entonces no se puede prohibir cultivarlo, pues de forma indirecta se prohíbe poder usarlo. El ejercicio del derecho reconocido de poder consumir pasa por autocultivar. Es la lógica más básica, pero una realidad difícil de tragar para los gobiernos. Pero si preguntas a las diferentes Cortes Constitucionales te dirán que sí, aunque lo mejor sería implementarlo políticamente. Los derechos humanos son conceptos universales en todos los países y tendrán los reguladores que adaptarse. Si es constitutivo de un derecho en Sudáfrica lo es en cualquier otro sitio. No es un derecho en sí, pero es parte del derecho a la personalidad y las libertades”.
En España la Agencia del medicamento ha reconocido arbitrariedad en la concesión de licencias
“Cuando se regule, monitorizar que no se favorezca a determinadas empresas, como por ejemplo con las llamadas puertas giratorias, trabajos en la industria posteriormente, para los cargos de los organismos competentes de las licencias”, podemos leer en el artículo académico que resume lo recogido más detalladamente en un libro. Le preguntamos entonces, ¿por qué esto que sería escandaloso en otros sectores, mediáticamente hablando, aquí pasa más desapercibido?
“Es un escándolo total que se debería llamar corrupción. Francia es un país especialmente corrupto, sobre todo en materia de drogas, sobre todo cannabis marroquí que pasa las fronteras, y nunca se trata la corrupciçon. Se habla de policías malos y demás, pero no de corrupción. Esto lo veo y me pone triste. Para el pequeño sector legal que hay en España, ver que hay corrupción es terrible. Falta voluntad política para tomar decisiones y explicarlo desde el gobierno, no solo desde las administraciones, dando directrices y monitoreando que no hay corrupción. Es una tristeza enorme”.
El cannabis como medicina tradicional y complementaria
En lo conceptual, Kenzi Riboulet nos lleva unos pasos más allá, y es que desde el etnocentrismo occidental, la visión de la Cannabis como una droga de uso médico al estilo del paracetamol nos conduce a errores. “El cannabis es una medicina tradicional. Se sabe que tiene utilidad de medicina. Se sabía antes y solamente han cambiado los métodos, pero el valor de la planta y sus componente activos se ha mantenido a través de las diferentes escuelas de pensamiento médico, de los años y de los continentes. Todo es medicina, sea tradicional o no”.
Según él, existe margen para su consideración del cannabis como medicina herbal y la aceptación de sus efectos de conjunto como tal, ya que es imposible realizar ensayos clínicos de una planta en pacientes. “Hay unos concepto que explica la OMS, medicina tradicional y medicina complementaria, que se aplicarían en este caso a la situación del cannabis. Nepal es un lugar donde el cannabis es medicina tradicional, pero en Canadá, fuera del lugar donde pertenece, aunque se utilice, se le llama medicina complementaria. Lo que creo que tenemos que entender es que la planta del cannabis es una medicina tradicional en otros países”.
No obstante, “no ha afectado esta reflexión a las regulaciones medicinales que se van sucediendo por el globo. España y muchos países tienen herbolarios y lugares de medicina tradicional, farmacopeas herbales, sistemas de distribución, etc. Es tradicional la medicina herbal en Europa. Pero, de repente, cuando pensamos en cannabis pensamos en paracetamol o una pastilla, y no tiene nada que ver, ni la msima forma de actuar. Lo tendríamos que comparar con las plantas que se utilizan como medicina herbal en Europa. Todas las plantas que usamos en infusiones son comparables a estas. Te las puede prescribir un doctor, pero no va a tener un ensayo clínico defendiendo diferentes compuestos”.
“Aunque en España y muchos países hay herbolarios y lugares de medicina tradiconal, farmacopeas herbales, sistemas de distribución, etc., de repente cuando pensamos en cannabis pensamos en paracetamol o una pastilla, que no tiene nada que ver ni la msima forma de actuar. Todas las plantas que usamos en infusiones son comparables a estas. Te las puede prescribir un doctor, pero no van a tener un ensayo clínico”, prosigue.
“No tendríamos que compararlo con la medicina contemporánea occidental, los medicamentos. El cannabis se debería incluir en la farmacopea o bien con la medicina herbal o bien como complementaria. No pasa nada que se use acupuntura, pues igual con el cannabis. Ambos son tradicionales en un lugar y complementarios en otros. Las regulaciones no acaban de funcionar, porque se enmarcan en marcos que no corresponden”, aclara.
“Un ensayo clínico necesita placebo, cómo lo vas a lograr. El placebo tiene que ser algo que no te das cuenta de que es un placebo. No se puede hacer un cannabis de escipientes. Solo esto hace imposible hacer un ensayo clínico de cannabis. Se puede hacer un ensayo clínico de Sativex, porque corresponde a los parámetros de la medicina actual y puedes hacer un preparado falso que dar a las personas que conformarán el grupo de control. Y esto no es extraordinario, es normal y la OMS tiene otros protocolos para las plantas herbales. ¿Por qué para el cannabis intentamos aplicar protocolos que no tienen nada que ver? Esto viene de la falta de normalización, que vincularlo a lo que es nos cuesta”.
“Va a depender de la caracterización de la sustancia, del preparado. Una rosín, un bho, son sustancias diferentes; el cogollo es otra sustancia. Son drogas en el término médico de la palabra con diferentes composiciones diferentes, por lo que creo que hay que hacer los ensayos clínicos con compuestos aislados. Es genial si el THC aislado o el CBD pueden ser usados para aplicaciones médicas, pero esto no quita que el cannabis, integralmente, es una sustancia y tiene un valor”.
“No reconocerlo es cerrarse algunas puertas de opciones terapéuticas. Existe un sector fitofarmacéutico en Europa que podría haber auspiciado los usos herbales. En Estados Unidos no existe la misma cultura de medicina herbal. Por ejemplo, las farmacopeas francesa, española o británica contienen monografías del THC (dronabinol), la hoja de menta o el cogollo de cannabis. En EEUU la farmacopea solo contiene sustancias aisladas; tienen morfina, pero no opio”.
Ya te entrevistamos para la recomendación de la OMS. ¿Esperabas más relevancia de ella?
“Son más relevantes de lo que esperaba, estas recomendaciones. Cuando empezamos con esto querían incluir en las recomendaciones solo sativex, epidiolex y dronabinol, medicinas no herbales y monomoleculares. Y al final incluyeron medicina tradicional, incluso el hachís; lo miraron todo. En la OMS no conocían de cannabis, son expertos en otras drogas, pero al ver la no peligrosidad del cannabis adaptaron sus recomendaciones. Han ido lo más lejos que podían ir dentro del marco donde están”.
En contra, la “perspectiva de países como Rusia, que han combatido los cambios”. Nada cambiará “hasta que los países decidan regular”, pero estas recomendaciones “ponen las bases para que se pueda legitimar regular por los países que lo deseen”. “Estas recomendaciones sientan la base para el enfoque herbal en el cannabis. La OMS hizo lo mejor que pudo hacer y mi compañero de trabajo y yo nunca pensamos que, desde su contexto prohibicionista, iban a hacer unas recomendaciones tan favorables. De ser adoptadas, van a mejorar las cosas para los pacientes, aunque no ahonden nada más”, afirma. Las considera una “herramienta para poder hacer cambios concretos por primera vez desde el 61”.
El trabajo de Kenzi Riboulet
Experto en las convenciones internacionales de fiscalización de estupefacientes y en las tres plantas que están fiscalizadas: la Cannabis, la planta de coca y la adormidera (amapola real). El enfoque de su trabajo es vincular un derecho internacional viejo y prohibicionista, que califica de abstracto y lejano, y vincularlo con lo más local: las iniciativas de la gente que está con estas plantas, bien sea mediante clubes cannábicos o productores rurales. “Hay plantas tradicionales en todo el mundo, con una profusión de ideas a nivel local que no se refleja para nada a nivel internacional. Yo trabajo en intentar hacer un puente entre estos dos ámbitos para trazar un diálogo. Vincular la forma de hablar y explicarlo para todos”.