Arnau Alcaide
Los Demócratas ganan dos senadores en juego en el estado norteamericano de Georgia y se hacen con ello con el control del Senado por empate a 50, situación en la que resuelve el ejecutivo. El cambio de control apunta clave en una hipotética legalización del cannabis a nivel federal, que recientemente había superado una votación del Congreso a la espera del dictamen de la Cámara Alta.
El miércoles 6 de enero se confirmó la victoria de Raphael Warnock y Jon Ossoff, devolviendo a los Demócratas de Georgia a la cámara alta tras 15 años republicanos y haciendo de Warnock el primer senador afroamericano de la historia del estado.
Las elecciones se celebraron el día 5 de enero y aunaban el voto por las dos sillas, aunque se trataba de la segunda vuelta de la votación, que no se había resuelto con mayoría absoluta en la primera el 3 de noviembre y hacía valer la mayoría simple en esta segunda. Hasta la fecha, pese a que los estados han regulado, las propuestas legislativas que daban garantías, como el Safe Banking Act, han recibido el voto en contra del Senado y no han progresado. Para darnos cuenta de la relevancia, sin esta ley muchos negocios de los estados legales no son aceptados en bancos.
La nueva composición de la Cámara Alta supone que durante dos años, hasta las próximas elecciones al Congreso, que hemos visto asaltado de forma inédita recientemente, los Demócratas tendrán el control total del poder legislativo, sin que la oposición en bloque de los Republicanos pueda evitar que se aprueben las leyes. Aunque en los Estados Unidos es más habitual que en España desmarcarse del voto del partido debido al sistema de elección de candidaturas, el partido Republicano votaba en bloque contra el cannabis cuasi sistemáticamente, pese a que las encuestas apuntaban a que su base poblacional estaba a favor de al menos algún tipo de reforma.
Simbólico
Simbólicamente, en el año del movimiento Black Lives Matters, las vidas negras importan, el primer senador negro de Georgia supone el empate clave que puede permitir el fin de la Guerra contra las drogas, o al menos contra el cannabis; una política racista en su concepción, que juzga más perniciosas que otras sin fundamento científico actividades en función del arraigo cultural, y racista en su aplicación, pues castiga de forma desproporcionada a la población negra, seguida de la latina.