Arnau Alcaide
Se estima que Afganistán es el primer productor de opio ilícito con el 90% del total mundial anual, un sector productivo que genera rechazo y que le ha valido recientemente el calificativo de narcoestado. Los impuestos por los cultivos, en zonas que llevan tiempo bajo su control, son la principal fuente de ingresos de los talibanes y han permitido financiar la guerra a un grupo que otrora no hubiese contado con los medios. En los últimos años también se ha extendido el cultivo de ephedra para la síntesis de MDMA. El boom del cultivo de opio en el país llegaría en los 80, no obstante, pues no había sido siempre así, y la intervención extranjera tuvo mucho que ver.
El imperialismo no es solo el control de las poblaciones y los territorios por una fuente de poder que no responde a su soberanía democrática, también se ejerce de manera cultural, imponiendo unas costumbres sobre otras, una forma de hacer, una moralidad determinada de lo que es correcto y lo que no. Afganistán salió de su etapa colonial inglesa finalmente en 1919 y se regirían por la monarquía local ya existente hasta que un golpe de estado militar tomaría el poder de forma autoritaria en 1973.
El líder militar sería asesinado y su régimen depuesto en la Revolución de Saur, llevada a cabo por los socialistas, en extensión pero fuertemente reprimidos, que ya habían declarado un estado paralelo previo a la que sería la República Popular de Afganistán en 1978. Es en este período cuando se declara un estado laico, se integra a las mujeres a la vida política y se declara la igualdad de derechos ante la ley. Y, con una reforma educativa para la alfabetización masiva y una reforma agraria, se incluyó la eliminación de los cultivos de opio .La represión volvió para los derrotados, que se estiman en presos por miles. Los integristas, que venían interviniendo desde 1973 con pequeñas acciones de guerrilla, serían espoleados por potencias extranjeras.
Aún en Guerra Fría, los Estados Unidos crearon una operación de inteligencia militar para adiestrar, armar y financiar a los muyahidines, integristas islámicos que derrotarían al gobierno socialista afgano, asesinando al presidente en 1979. Esto llevó a la Unión Soviética a intervenir directamente en el país, asesinando al dictador integrista. Su acción uniría aún más a los grupos muyahidines, que con apoyos iniciarían una guerra. Esta guerra supondrá, para financiarse, el boom, la eclosión del cultivo del opio en las tierras controladas por los rebelados, pues su comercio ilegal es una gran fuente de ingresos. Se podría decir pues que antes del traficante está el señor de la guerra, aunque después de tanto conflicto y con esa economía en pie quede más estabilidad en el tráfico que en los líderes o señores de las armas.
Finalmente, los muyahidines derrotaron al gobierno socialista en 1992, tres años después de la retirada de tropas soviética por su inminente disgregación. El cultivo del opio ya estaba asentado y así permanecería, financiando el conflicto, durante la guerra civil que estallaría a continuación, en la que entrarían en juego los talibanes como grupo integrista opuesto. Tomarían el control del país y declararían el Estado Islámico de Afganistán, pero el resto del conflicto, que conocemos por el atentado de las torres gemelas que marcó mediáticamente el inicio de milenio, también se financiaría con los cultivos de opio.
«En 2001, después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos llevados a cabo por militantes de Al Qaeda respaldados por los talibanes, la OTAN, liderada por fuerzas estadounidenses y británicas, invadió Afganistán con la Operación Libertad Duradera, como parte de la «guerra contra el terrorismo» declarada por el gobierno de Estados Unidos. El propósito declarado de la invasión era capturar a Osama bin Laden, destruir a Al Qaeda y derrocar al régimen talibán que había proporcionado apoyo y refugio a Al Qaeda. La Doctrina Bush de Estados Unidos declaró que, como política, no se distinguiría entre organizaciones terroristas y naciones o gobiernos que les dan refugio» (Wikipedia).
El control de la OTAN y de los Estados Unidos sobre Afganistán nunca ha sido completo y los talibanes han podido seguir financiándose de los cultivos en los territorios controlados. Después de tantas injerencias, la población del país siente rechazo a más intervenciones y parece que los talibanes cuentan con el apoyo para establecerse sin otra guerra civil. Ahora han prometido que llegada la estabilidad política dejarían de utilizarlos como fuente de ingresos, en lo que muchos medios han interpretado como un lavado de cara moral del régimen, pero en cualquier caso ahí ha quedado la manifestación.
Afganistán no suscribe los tratados de drogas de la ONU y cada año es advertido por esta de sus afrentas a la comunidad internacional en cuestión del tráfico de drogas que los países alineados consideran ilícitas. La prohibición es, no obstante, condición necesaria para poner el comercio de algo restringido, y por tanto más valioso, en las manos equivocadas; manos potencialmente armadas. Dicho de otra forma, si la política de drogas no consistiese en la supresión de la oferta y hubiese formas legales de acceder a las sustancias, no se produciría el mismo ciclo de financiación de armas y conflictos.