Benito Díaz
El uso de cannabis en las cárceles de nuestro país está más que extendido. Para analizarlo, el Centro Internacional de Investigación, Servicio y Educación Etnobotánica (ICEERS) lanza un estudio sociológico que aborda cuestiones como los usos de la planta, su prevalencia, las razones del consumo, las edades de las personas consumidoras o la calidad de vida, con una muestra obtenida en recintos catalanes.
El uso del cannabis tiene una frecuencia de uso “en los últimos 30 días” para la población general del 9,1%, frente a un 19,1% entre los reclusos, según el mencionado estudio. Entre las personas expresidiarias, alcanza un 37,8%.
El estudio, publicado en la Revista Española de Sanidad Penitenciaria y realizado por un equipo que cuenta con como Òscar Parés y José Carlos Bouso, tiene como objetivo “caracterizar el estado de salud percibido, la calidad de vida, apoyo social percibido, vida en prisión y uso de Cannabis en una muestra de reclusos españoles”. La muestra, de 63 personas, fue recogida en sendos centros penitenciarios
Para su realización, se organizaron una serie de encuentros con las personas presas, a razón de conocer las motivaciones de sus consumos de cannabis. En una segunda fase del proyecto, se llevó a cabo una encuesta a partir de indicadores de salud de la Encuesta Catalana de Salud, además, se incluyeron factores relacionados con el cannabis o la vida en prisión.
Cannabis tras las rejas
El análisis considera que la progresiva regulación del cannabis en todo el mundo traerá reconocimiento sobre sus aplicaciones terapéuticas y, por tanto, la necesidad de establecer un marco regulativo, también en el espacio penitenciario. “Entre las aplicaciones terapéuticas del cannabis medicinal encontramos trastornos psicológicos como la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático, y niveles reducidos de alerta y excitación, que son condiciones muy comunes entre la población penitenciaria”, explica el examen. “Sin embargo, la ansiedad como síntoma, también muy extendida en situaciones estresantes como la de estar encarcelado, ha de ser efectivamente distinguida y también debe tenerse en cuenta la falta de evidencia sobre el uso del cannabis en este caso”, explica el personal científico, que aborda además el uso del cannabis para tratar la esquizofrenia o la dependencia de otras sustancias y/o alcohol.
La investigación en colaboración con ICEERS aclara que el modelo de reducción de daños se basa en “el objetivo pragmático de reducir los efectos directos y nocivos del uso de drogas. Este paradigma pone énfasis en el papel de todos los agentes implicados en el fenómeno del uso de las drogas. Por lo tanto, la cooperación entre diferentes sujetos y la consiguiente articulación de la comunidad y la sociedad serían necesarios para proteger los derechos humanos y la salud de los consumidores”.
Usos y aplicaciones
Las conclusiones de las charlas y los resultados de las encuestas, revelaron que tanto reclusos como funcionarios utilizaban la planta para “hacer frente a la vida en prisión”. “El cannabis también se utiliza para aliviar el estrés, como somnífero y para prevenir las conductas violentas. Algunos de estos beneficios, la mayoría de los cuales se relacionan con trastornos de ansiedad, también se han encontrado cuando la Nabilona, una forma sintética de Tetrahidrocannabinol, se administró a reclusos masculinos con trastornos mentales graves”.
El documento señala la edad promedio del comienzo de uso del cannabis en torno a los 14.4 años. Además, tan solo el 7,9% de los reclusos no habían consumido marihuana antes de entrar en la cárcel; un 93,7% de las personas empezaron en ese momento de forma recreativa.
“Los motivos para el uso actual del cannabis incluían: por relajación (77,8%), para mejorar el ánimo (57,1%), como ansiolítico (50,8%), para tratar el insomnio (49,2%), estimular el apetito (38,1%) y aliviar el dolor (3,2%)”, aclara el informe. “Aproximadamente la mitad de los participantes (49,2%) reportaron usar cannabis como sustituto de otros medicamentos, incluyendo las benzodiacepinas (20,6%), los antipsicóticos (6,3%), los hipnóticos/ sedativos (3,1%), los antidepresivos (1,6%) y la metadona (1,6%). Cuando se les preguntó si usaban el cannabis como sustituto de drogas ilícitas, una vez más el 49,2% respondieron de forma afirmativa. Las drogas ilegales incluían: heroína (15,8%), cocaína (8%), Metilendioximetanfetamina o éxtasis (8%), alcohol (6,3%), anfetaminas (1,6%), tabaco (1,6%) y dietilamida del ácido lisérgico (conocido como LSD) (1,6%)”. Además, el cannabis también fue destacado por el 58,7%, como método para reducir su ansiedad producida por el deseo de consumir otras drogas. Un 65% afirmó usarlo en combinación con otras sustancias, pues les ayudaba a reducir el consumo de las mismas.
Las cantidades varían de un caso a otro, sin embargo, se estableció un promedio de tres cigarros de cannabis al día, método más utilizado para consumirlos. Cabe destacar la prohibición que en las cárceles catalanas pesa sobre los papeles de liar, teniendo los presos que recurrir a otros sistemas, como usar botellas o bolígrafos para su consumo. El gasto promedio de una persona reclusa en cannabis sería de 81,9 euros al mes.
“Cerca de la mitad de los sujetos informaron de utilizar el cannabis como sustituto de medicaciones de prescripción u otras drogas de abuso. Se encontró que la única variable predictora de la salud auto-percibida era el número de visitas que los reclusos recibían. Esto sugiere que el apoyo social es un factor clave para la mejora de la salud y el bienestar de los reclusos. El uso de cannabis en prisión parece estar relacionado con el afrontamiento de un contexto desafiante. Los beneficios y riesgos de esta práctica tendrán que evaluarse en futuros estudios”, concluye el análisis.