Benito Díaz
El cactus Peyote (Lophophora williamsii), reconocida planta alucinógena, ha vivido momentos de prohibición absoluta y de aperturismo a lo largo de los años. En las últimas décadas, movimientos por la legalización han incluido este cactus entre sus reivindicaciones. Sin embargo, no todos los grupos están de acuerdo en la regularización del uso del peyote, aún en contra de las regulaciones ya existentes.
El Peyote, del náhuatl “peyotl”, es un cactus originario y endémico de una estrecha franja de tierra desértica de México, correspondiente a los desiertos Nayarit, Chihuahua, Durango, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, San Luis Potosí, y ocasionalmente en algunas áreas de Querétaro y Zacatecas. En la actualidad, su existencia atraviesa prolongada crisis, debido a la sobreexplotación en el mercado internacional. Así, la planta figura en la Lista Roja de Especies Amenazadas, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
En la actualidad, tras décadas defendiendo su uso como enteógeno (sustancia utilizada en ceremonias religiosas y rituales por comunidades originarias) y luchando por el reconocimiento del valor de las medicinas indígenas, entidades como Decriminalize Nature o International Center for Ethnobotanical Education (ICEERS) promueven la regulación de plantas ancestrales, como la Iboga, la Ayahuasca o el Peyote, entre otras. Por el contrario, comunidades religiosas como la Iglesia Nativa Americana, se oponen a estas consideraciones.
El peyote
La capacidad alucinógena del cactus es descrita como muy potente. El Peyote produce Mescalina, el alcaloide principal con puntos en común con el LSD, pero más cercano a las anfetaminas con pupilas dilatadas, aumento del ritmo cardíaco y de la presión arterial. Puede fumarse, consumirse en infusión o comerse los pequeños “botones”, fragmentos del cactus o pequeños ejemplares. Los vómitos y las náuseas son comunes tras la ingesta, afirman Kuhn, Wilson y Swartzwelder en el libro “Colocados”. “Tras haber consumido varios botones, la persona con frecuencia experimenta un aumento de la sensibilidad a imágenes sensoriales y ve destellos de colores seguidos de patrones geométricos y a veces, imágenes de personas y animales. Se distorsiona la percepción del tiempo y el espacio, como sucede con el LSD, y a menudo se tiene la sensación de estar fuera del cuerpo”, explican los científicos.
Controversia
El uso ritual de estos cactus, era común entre los chamanes huicholes de México. Más tarde, fue adoptado por tribus indígenas norteamericanas en el reconocimiento de sus estratos tradicionales. El uso de esta planta en ceremonias religiosas está protegido por la Primera Enmienda de los EEUU, así como por la Ley de Restauración de Libertad Religiosa de 1993. Estas leyes, otorgaron ya en el siglo XIX la posibilidad del uso del Peyote por parte de los integrantes de la Iglesia Nativa Americana, organismo integrado en la iglesia católica.
“A estos extraños, les decimos: ‘Dejen en paz al peyote, por favor. ¿Es mucho pedir?” decía el representante de la iglesia en la Bahía de California, el líder navajo Steven Benally. En declaraciones a Los Ángeles Times, Benally reclamaba el uso exclusivo del Peyote para su comunidad, en contra de regulaciones y activistas de la zona. “El peyote es una medicina sagrada crucial para nuestra identidad religiosa y la supervivencia de nuestra comunidad”, explicó. “El poder de curación espiritual que ofrece sólo se puede lograr a través del protocolo de los nativos americanos. Su objetivo es nutrir el alma en tiempos difíciles e inspirar a nuestros hijos a convertirse en hombres y mujeres responsables”. La ley federal especifica que solo los miembros de la iglesia, acaso 400.000 personas en todo el país, están autorizados a poseer y consumir Peyote.
Despenalización
Organizaciones por la regularización de plantas ancestrales han avanzado en legislaciones permisivas para la Iboga, la Ayahuasca o los Hongos Psilocybe, en muchos lugares del mundo, por ejemplo, Canadá o EEUU. Su uso en el ámbito internacional, no está listado ni regulado por ningún acuerdo transnacional, por lo que su fiscalización queda en manos de las naciones competentes. Sin embargo, “el alcaloide psicoactivo del peyote, la Mescalina, es una sustancia controlada por el Convenio de 1971 de Viena y se encuentra incluida en la Lista I. Por tanto, se considera una sustancia cuyo uso, venta y fabricación está prohibida”, explica personal experto de ICEERS en su web.
“Despenalizar la naturaleza (Decriminalize Nature) es una campaña educativa para informar a las personas sobre el valor de las plantas y hongos enteogénicos y la intención de proponer una resolución para despenalizar nuestra relación con la naturaleza”, aclara en su web la ONG sin ánimo de lucro. “Despenalizar la Naturaleza se refiere a plantas enteogénicas, hongos y fuentes naturales (tal como se definen en el presente), como hongos, cactus, plantas que contienen iboga y/o combinaciones extraídas de plantas similares a la Ayahuasca; y limitado a los que contienen los siguientes tipos de compuestos: indolaminas, triptaminas, fenetilaminas”.
Las protestas por la regularización de esta planta originaria, de las comunidades indígenas de la Iglesia Nativa Americana, parten de situaciones de explotación a manos de peyoteros, que rastrean los parajes desérticos en pos de los codiciados botones, que venden en pequeños quioscos por unos centavos.
Las preocupaciones por los sacramentos de sus rituales están justificadas, a la vista del peligro de extinción que corre una planta que solo crece de forma natural en una muy estrecha franja de tierra en todo el planeta. La exportación de ejemplares, su crianza en invernaderos y su representación en la cultura pop, preocupa a personas para las cuales el Peyote es un ente sagrado y que requiere preservación. Por su parte, las organizaciones activistas han retirado de sus páginas y reclamaciones al cactus, como gesto de respeto para estos pueblos originarios, pero mantienen la importancia de esas plantas para la generalidad de las personas, así como su uso en terapias psicológicas y en el tratamiento de adicciones, por ejemplo, el tabaquismo.
El peligro de extinción parece ser el mayor problema para estas plantas, ajenas a los discursos grandilocuentes, empecinadas tan solo con su lento proceso de crecimiento, en su complejo ecosistema, donde el tiempo pasa con la lentitud del viento esculpiendo las rocas de los cerros desérticos.