Por Guillermo Veira
Decepción e indignación tras las conclusiones de la Asamblea Especial de Naciones Unidas sobre drogas.
Se había escrito de todo ante esta nueva cita de la Asamblea General de Naciones Unidas, y entre ese todo una especie de velada certeza de que a partir del 22 de abril de 2016 la guerra contra las drogas implementada durante casi medio siglo desaparecería. La Comisión de Estupefacientes reunida en Viena este marzo ya nos recordaba que ese desenlace tenía más de iluso que de optimista pero nada nos podía haber adelantado la gran decepción que ha supuesto la UNGASS 2016. La multitud de posicionamientos institucionales, de entidades sociales, de personalidades; los gobiernos “disidentes” que aplican políticas contradictorias con la política de drogas imperante, los demoledores datos económicos, estadísticos, humanos que tiran por tierra cualquier justificación de la efectividad a corto, medio o largo plazo de esta estrategia han sido ignorados de manera escandalosa. Ninguno de estos argumentos ha bastado para que en el documento final haya una simple mención a esas “otras opciones” que a día de hoy llenan titulares y están en boca no sólo de ex gobernantes o ex representantes bienintencionados sino de presidentes en funciones.
Pasó la UNGASS y sólo nos queda una duda: ¿Naciones Unidas está secuestrada por un grupo de países con derecho a veto más allá del Consejo de Seguridad o realmente Naciones Unidas no sirve para absolutamente nada?
La reunión
Tres años de preparación, decenas de millones de dólares gastados en viajes y reuniones, innumerables horas de debate y negociación. Un gran esfuerzo para realizar esta reunión que se vendió como un encuentro de argumentos que prioricen el enfoque científico y los derechos humanos. Una reunión que empezó con fuerza con el llamamiento de los presidentes de los tres países latinoamericanos más afectados por esta política de drogas: Colombia, México y Guatemala. A ellos se unieron las voces de los representantes de países que demandan, e incluso que ya comenzaron experiencias de regulación, un nuevo marco de actuación: Bolivia, Uruguay, Jamaica, la República Checa, Nueva Zelanda y Canadá encabezaban este grupo. Otros, y en este caso destacar la intervención de Noruega, hicieron un llamado para acercar la actual política de drogas a los derechos humanos. Y hasta aquí tuvimos lo que se esperaba de una reunión de representantes de alto nivel, de personas supuestamente preocupadas por el devenir de sus países y de las personas que los habitan; de países supuestamente preocupados por el mundo en su conjunto, por la búsqueda de soluciones que aseguren los derechos humanos y por las personas que en él habitan.
Pero si la última Sesión Especial de Naciones Unidas, la de 1998, acabó con el compromiso de los líderes internacionales de trabajar para “un mundo libre de drogas” en 2008, ésta quiso que pasado los años no se la conociera como la anterior por un coro de “buenistas” (que ahora no están de moda) sino por una representación fiel al mundo del que somos testigos: indolencia, cerrazón y simulación liberal.
Humor ácido o política ácida
En el constante brindis al sol por parte de los representantes ya no solamente quedó atrás la esperanza de poner fin a la guerra contra las drogas sino que la sensación de oportunidad perdida empezó a convertirse en realidad obscena. La sensación de estar ante una representación de términos vacíos de contenido fue totalmente constatable tras la intervención del delegado de Indonesia. Este señor defendió públicamente ante la Asamblea de Naciones el uso de la pena de muerte como “un componente importante” de la política de drogas de su país. A la que muy noble Asamblea respondió con un determinante abucheo, más propio de estadio de fútbol que de organismo internacional que vela por los derechos humanos. El sincero delegado indonesio puso sobre la mesa el uso de este “componente” en otros países (que no fueron abucheados) como China, Irán o Arabia Saudí, y que la organización de naciones no quiso criticar en su documento final, ni siquiera como recomendación, y entonces todo se volvió esperpento. El gran esperpento que es ver y escuchar al presidente de México, Enrique Peña Nieto, en su papel de defensor de la responsabilidad con los derechos y la reducción de riesgos en los encuentros internacionales: “Hasta ahora las soluciones puestas en práctica por la comunidad internacional han sido francamente insuficientes”. “Debemos avanzar más allá de la prohibición hacia la prevención efectiva”. Unas declaraciones que tuvieron más eco mediático gracias a unas filtraciones que apuntan a la intención del gobierno mexicano de regular no sólo la marihuana, también la amapola con fines analgésicos. Declaraciones que sólo puedes tomarte en serio cuando no conoces la realidad cotidiana del país y la responsabilidad que el propio presidente tiene en que esa realidad empeore día a día (pero de esto hablaremos en una próxima publicación).
Una profunda decepción
Al día siguiente del fin de la tan esperada UNGASS, la Comisión Global sobre Drogas, organismo internacional compuesto por personalidades del mundo político, empresarial y cultural presentaron un duro comunicado evaluando el documento final de la Asamblea poniendo de relieve las graves ausencias que se pueden resumir en la siguiente afirmación: “El documento no reconoce el completo fracaso del actual régimen de control de drogas para reducir la oferta y la demanda”.
En la rueda de prensa destacados miembros entre los que se encontraban dos de sus fundadores visiblemente molestos, el ex presidente de Colombia César Gaviria y el ex presidente de México Ernesto Zedillo y el mediático empresario, multimillonario y filántropo Sir Richard Branson. “La UNGASS fue deficiente desde el principio. El proceso fue a puerta cerrada y excluyó importantes voces dentro de la propia ONU y de la sociedad civil”. Apuntó el elocuente emprendedor. Bajo un malestar palpable pero sin mostrar sorpresa por la conclusión del evento los miembros insistieron en la necesidad de seguir trabajando por el cambio en la política de drogas más allá de Naciones Unidas, la que dijeron “sostiene un inaceptable y anticuado status quo legal”.
Después del decepcionante espectáculo de esta reunión/simulación quizás sea esa y no otra la utilidad de la Organización de Naciones Unidas en nuestra época. Mantener un status quo ante la falta de autoridad reconocida por las diferentes potencias mundiales y la imposibilidad de implantar un nuevo paradigma sobre política de drogas a nivel mundial. Ya no hay excusas, es el momento para dejar de esperar que sean los creadores del problema los que traigan la solución.