Arnau Alcaide
Hace 50 años, coincidiendo con las críticas de la población a la Guerra de Vietnam por la injerencia estadounidense y la masacre de civiles, el presidente Richard Nixon inició una desescalada del discurso militar temeroso de perder las siguientes elecciones y acusó los traumas de la guerra que sufrió su ejército a las drogas que tomaron para tratar de soportar presenciarla.
El 18 de junio de 1971, coincidiendo con el año en el que las Naciones Unidas incorporarían un añadido a la ley de prohibición mundial para facilitar el acceso farmacéutico con clasificaciones de peligrosidad, Nixon declaró las drogas “el enemigo público número uno” en respuesta del Presidente al Congreso sobre Abuso de drogas, Prevención y Control. La desescalada de la Guerra Fría necesitaba otro saco al que echar las culpas, otro enemigo nacional sobre el que aunarse.
Aunque sirvió para consolidar una mentalidad global prohibicionista por la relevancia de sus declaraciones en ese momento histórico, pues se elevó la problemática de que el consumo de heroína estaría más presente cada vez en las tropas, la política de drogas de Estados Unidos le venía heredada, por lo que Nixon solo la consolidó con el bautizo del término.
Una cronología que muestra la prohibición desde 1914, primero de ciertas drogas con la Ley Harrison, pasando por la prohibición del alcohol o Ley Seca de 1919, la creación de la administración antidrogas en 1930, la derogación de la prohibición del alcohol y la creación de un primer organismo global de control en 1933 (posteriormente en las Naciones Unidas). Finalmente, en 1937, se prohibió la cannabis, con la consiguiente influencia en el trato futuro de la planta en el mundo, que quedaría amparada en las Convenciones de 1960 y 1971.